Las prisas de Ibarretxe
Actualizado:Pierde protagonismo político el PNV, y el PP se ve obligado a apoyar al Gobierno en lo que más le duele: el antiterrorismo. La política española parece girar últimamente en torno a asuntos monográficos, y si hasta ahora eran el laicismo radical de Zapatero y el proyecto estatutario catalán las cuestiones que tensaban la vida nacional, suministrando a la oposición conservadora abundante munición contra el Gobierno, a partir del alto el fuego permanente de ETA la situación se modifica, y el inicio de un proceso de paz, previas verificaciones de la sinceridad etarra, va a ocupar los desvelos de la vida pública.
Es un nuevo escenario, en el que ya no puede oponerse el PP frontalmente, y ni siquiera debería hacerlo tangencialmente, al tratamiento que aplique Zapatero al problema o, dicho de forma más esperanzadora, a la solución de un problema que lleva activo desde hace cuatro décadas. La obligación del PP, y así lo ha reconocido Mariano Rajoy con leves condiciones, es la de apoyar al Gobierno en la tramitación de lo que ya se denomina proceso de paz, que presumiblemente se iniciará a finales de la primavera si para entonces ya se hubiera comprobado que el alto el fuego tiende a ser definitivo y en todas las actividades de la banda.
Cambia obviamente el papel que venía representando el PP como mayor fuerza de la oposición. Y cambia, hasta el punto de tensar los nervios del nacionalismo vasco, el papel del PNV en el alumbramiento de la paz. Zapatero va a dedicarle a Rajoy una atención muy especial y a facilitarle, de persona a persona, cuanta información produzca el proceso del diálogo, sin connotaciones políticas, con ETA. Pero Rajoy no va a codirigir ese proceso, al que va a prestarle, sin embargo, todo su apoyo y el que logre de su partido, que acabará siendo seguramente total.
Pero lo más enrevesado se está viendo en el País Vasco, donde el PNV lleva un cuarto de siglo siendo protagonista de la escena política, tanto en papeles de moderación como de exaltado soberanismo, y ahora ve cómo el fin del terrorismo es una cuestión a tratar exclusivamente por el Gobierno y ETA, sin mediación o intermediación nacionalista. Y eso ha puesto de los nervios al lehendakari Ibarretxe, como demuestra su apresuramiento, nada más conocerse la noticia del alto el fuego etarra, al anunciar la convocatoria de una mesa a la que se sienten todos los partidos, sin exclusiones obviamente. Lo que ya se preveía desde que una tregua de ETA empezó a ser, además de una hipótesis, una probabilidad muy real.
Desconcierta a Ibarretxe y al sector más roqueño del PNV el paso de representar el papel protagonista a conformarse con uno secundario. De ahí que el lehendakari no renuncie al protagonismo, celebre una ronda de conversaciones con todas las fuerzas políticas de Euskadi (ayer aplazó su entrevista con Otegi por razones obvias) y busque adhesiones para montar esa mesa que él mismo dirigiría. Aralar y Ezker Batua ya se han adherido, y Aralar hasta ha osado propugnar dos mesas, una en Euskadi y otra en Navarra. Al presidente navarro Miguel Sanz, esas propuestas no le hacen ninguna gracia.
Y tampoco los socialistas vascos secundan a Ibarretxe en ese empeño, pues Patxi López ya le ha dicho que eso de la mesa conviene dejarlo para mejor ocasión, y que de ella se encargarían los partidos, que son los que van a hablar, y no el lehendakari, que tiene otros asuntos de los que ocuparse. Pero el PNV roqueño e Ibarretxe quieren protagonismo, y hasta pretenden resucitar el plan soberanista que rechazó el Congreso. Parecen ignorar que el techo del nuevo estatuto vasco no será el soberanismo sino el Estatut, que para algo se ha hecho y tan a contracorriente de nuestro amplio espectro conservador.