Alto permanente del fuego
Actualizado:Celebrada ya la trascendental reunión del presidente Zapatero y el presidente Rajoy, se impone algún tipo de cura inteligente en medio de la gripe partidista (ahora que la aviar ya no importa), los contagios nacionales y cualesquiera otras endemias, con mayor o menor fárrago lingüístico expresadas. Circulaba una boutade referida a cierto actor que en una comedia había dicho «señor muerto, esta tarde llegamos», en vez de decir «señor, muerto está, tarde llegamos». O lo que un escritor cubano, pero no castrista, contaba que a él mismo le había pasado en un aeropuerto: le habían considerado en la aduana no como Guillermo Cabrera Infante, sino como Guillermo Cabrera, infante, convirtiendo en inverosímil niño al genial perilludo.
Euforias aparte, y alegrías posiblemente legítimas, si uno lee despacio los comunicados de ETA sobre su pacificación cautelar y sus expectativas de futuro, puede echarse a temblar ante el cúmulo de polisemias e inquietantes giros. Pero basta con atender un poco al título «Alto el fuego permanente» para saber que al menos la retrógrada y criminal organización ha contado con una asesoría lingüística curiosa. Alto el fuego permanente remata con este participio de presente que, si vale por un adjetivo, puede referirse tanto al «alto» como al «fuego». Si lo que se dice es que va a cesar el fuego permanente, eso no implica que tenga que cesar otro tipo de fuego, por ejemplo el intermitente o el graneado. Bastaría esa simple consideración para que ETA no incurriera en contradicción si continuara disparando, poniendo bombas y matando. Pero es que además «permanente» es lo que permanece mientras permanece, no es lo definitivo. Y qué pena que aquí podamos recurrir a una autoridad como la de Quevedo: «Oh, Roma, en tu grandeza, en tu hermosura,/ huyó lo que era firme, y solamente/ lo fugitivo permanece y dura».
Sucede algo parecido con los políticos. Qué pena que tengan que pronunciar sentencias y poner caras. Uno apunta las cejas, en vez de enarcarlas cual apolínea Greta Garbo, para decir a propósito de la investigación con células madre, o con la madre de todas las células: «nada puede ser más moral que evitar el dolor», como si la moral también fuese una carrera. Pero es más trágico lo del otro: Rajoy recibe el índice conciliador de Zapatero diciéndole que cuenta con el trabajo y el sufrimiento de su partido, que cuenta con él personalmente en la lucha contra el terrorismo, y el gallego se descompone. Se le ve pegado al respaldo de su sillón como en un despegue supersónico. Qué mojigaterías dice este buen hombre, parece pensar. Yo que tengo nueve o diez millones de núcleos incandescentes impulsándome, exigiéndome, crucificándome. Su rostro se alarga en un escorzo extraño (las televisiones no lo pudieron soportar y lo pusieron sólo unos segundos), se hace romboidal, se repliega y desintegra. Luego ya vuelve al redil de los huesos y se redondea más sereno. Desciende del vértigo y accede. Dice que no traga, pero que va a colaborar.
¿Alguien va a tener alguna vez una idea, como en la historia en ocasiones ocurría? ¿Van a dejar las sombras chinescas de seguir la pura corriente de los hechos consumados? ¿Se han cansado ya por ventura los patriotas románticos de la sangre derramada y la filosofía mentecata? Ahora es el estatuto catalán, el alto el fuego, el estatuto andaluz... Mañana será el murciano. Qué monsergas. Recordemos lo que se solía decir otrora en la nación castellana: eres bobo de nación; y se refería, por supuesto, a bobo de nacimiento. O recordemos uno de sus lemas autonómicos: «para no quedarnos los últimos». Por qué. Adónde vamos. Qué demonios hay delante. ¿Ya se nos ha olvidado la paradoja de Aquiles y la tortuga?