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De la media botella al botellón

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La cuestión del botellón está tomando unos derroteros, que ya no existe medio de comunicación alguno que no le dedique, casi diariamente, una gran cantidad de espacio para comentarlo. Antes no existía el botellón, no quiero decir con esto que en aquellos tiempos la juventud no bebiera, se hacía y mucho, aunque algunos digan que no.

Quizás la mujer fuera de otra manera de ser pero no porque no le gustara, sino por aquello del que dirán. Recuerdo que había sitios donde íbamos tres o cuatro amigos, casi todos menores de edad (ninguno pasábamos de los 16 años).

Eran bares y nos sentábamos y pedíamos media botella de vino casi siempre de Chiclana con sus tapas. No era sólo esa media botella si no que cada uno invitaba a otra. La mayoría de las veces, de ese bar nos trasladábamos a otro. Como se decía en aquel tiempo: seguíamos visitando los sagrarios.

Lo que sí que es cierto era que, salvo alguna copita de vez en cuando de anís o aguardiente, sólo se bebía vino, bien de Chiclana, Jerez, El Puerto o Sanlúcar. Aunque la mayoría de las veces se iniciaba con el vermú. Los whisky y la ginebra se dejaban para los guiris. Y la verdad es que tampoco se bebía mucha cerveza.

Hoy se le da mucha coba a la bebida. Se echa un vaso lleno de cola y un poco de cualquier licor, sumado a un iceberg de hielo y así se va pasando la noche. Sin embargo, se bebe mucha cerveza; de ahí el tener que darle trabajo a la vejiga.

También es cierto que antes la juventud estaba en la calle más temprano y por ello, se volvía a casa antes. El máximo de tiempo que dejaban los padres en la calle solía ser de siete a diez y media, y hasta las diez para las féminas.

No había concentración en ningún sitio. El paseo en invierno era la calle Ancha hasta la esquina de la Plaza Mina en invierno y hasta la Alameda, en la época de verano. Sin embargo, había otras distracciones en aquellos tiempos como era jugar al billar.

Para ello, había tres sitios en el Casco Histórico donde hacerlo. Uno era en Venancio en la calle Sacramento, esquina a Barrié, hoy bar La Cuesta; otro, en la calle Sacramento, 11, que fue muebles El Pilar; y el tercero, era el billar de Jerónimo Andreu en la calle Rosario.

Éste era el lugar preferido por los jóvenes de aquellas fechas ya que allí se iba con el beneplácito de los padres porque Jerónimo era una persona muy conocida y estimada en Cádiz, quien tenía otros negocios como el bar restaurante Jerónimo en la playa de la Victoria, que fue el primero que hubo de los llamados de mampostería.

No olvidemos el futbolín que en aquel tiempo desató una verdadera fiebre en la que se celebraron grandes campeonatos.

Por todo ello, me molesta cuando critican a la juventud de hoy y yo digo que siempre hubo de todo ya que los de antes tampoco fuimos santos.