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Editorial

Biodiversidad en peligro

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Canadá acaba de iniciar su caza anual de focas en medio de una fuerte polémica que se repite cada temporada para impedir que esta práctica continúe. Este año, 325.000 crías de foca morirán en apenas 10 días a manos de 12.000 cazadores y serán inmediatamente desolladas sobre la nieve a causa del alto valor económico de su piel y su discutible influencia negativa sobre las pesquerías del Ártico. Pero independientemente de las valoraciones técnicas, lo que más parece repugnar en esta cuestión, es la estética de la muerte que se les da a los animales y su justificación por las autoridades de Otawa.

La frenética cacería que se ha iniciado sobre los bancos de hielo tiene exactamente los mismos objetivos que cualquier otro tipo de explotaciones animales -en los que también se sacrifica a estos masivamente- que no es otro que ingresar unos beneficios económicos; en este caso, muy importantes para las familias que viven directa o indirectamente de ese mercado en los remotos confines de Canadá. Las crías de foca no son, ni de lejos, las únicas crías de animales que son muertas por el hombre, pero la conmoción que las terribles imágenes del método empleado causan en la opinión pública -aunque en realidad sólo el 10% de las crías mueran mediante la técnica del golpe en la cabeza- es considerable. En este sentido, el primer ministro canadiense, Stephen Harper, ha defendido la decisión de su Gobierno argumentando que la caza de focas de piel blanca -menores de quince días- está prohibida desde 1987 y que la población de estos animales se ha triplicado desde los años 70. Para el Jefe el Ejecutivo canadiense todo responde a una campaña de propaganda internacional contra su país.

Sin embargo, Harper olvida que el incremento de las manadas de focas del que habla se ha producido a partir del punto crítico de sostenibilidad que alcanzó en esos años, precisamente, por la caza descontrolada. Intentar justificar la matanza de animales de apenas tres semanas de vida para utilizar exclusivamente su piel -destinada a los mercados más elitistas de Rusia, países del Este, Noruega o Asia-, en un momento en el que se está abogando por proteger urgentemente la biodiversidad de nuestro planeta si no queremos enfrentarnos a la sexta extinción masiva de especies que ha habido sobre la superficie de la Tierra, es una pirueta mercantil que necesita de argumentos bastante más sólidos.