Una gran faena termina con los tres diestros a hombros
El Juli saca su raza y Jesulín recibe un premio menor
Actualizado:El primero de la tarde salió doliéndose de la divisa y descoordinado. Parecía condenado de antemano. Los banderilleros de Jesulín hicieron gestos de que el toro no veía, o no veía todo lo que debía; un picador provocó una especie de caída de película sin llegar a caerse; el toro escarbó, se puso gruñón, se iba suelto. Una bronca y al corral. El sobrero, de Jandilla también, salió bueno de verdad. Con él y entonces empezó otra corrida. De más de dos horas y media y con final feliz. Todos a hombros.
De los seis de Jandilla que se jugaron enteros, los del lote de Jesulín se dejaron dulcemente. No sólo por nobles. Es que Jesulín, además, los toreó por abajo a los dos. Al uno le corrigió un ligero gazapeo y le armó faena casi completa en un mínimo terreno. El pecado fue enganchar por fuera más de la cuenta. Las virtudes, la ligazón, la largura, la limpieza. Al otro, con el que abrió en el estribo y luego de rodillas con muletazos escalofriantes, se lo sacó a los medios y lo llevó, trajo y puso con las mismas armas de antes: limpieza, ligazón en el sitio y, aunque enganchados por el pico de la muleta, pases sacados por abajo y hasta el final. En señal de confianza, Jesulín se desplantó de rodillas y de espalda antes de cuadrar al toro. Las dos estocadas del torero de Ubrique fueron muy notables. La del cuarto, cobrada a volapié, de mucho riesgo. Espléndidos recursos de Jesulín para librar en toro en los dos casos. Buenos toros. Por el hoyo de las agujas las dos estocadas.
El Juli, que firmó las dos faenas mayores de la corrida, mató a los dos suyos de sendas estocadas cobradas al salto y ligeramente traseras. Hubo de descabellar las dos veces. A la segunda acertó en un caso; a la primera en otro. El primero de lote entró en el cupo de toros buenos. Aunque escarbara, a pesar de tener un punto de brusquedad porque El Juli optó por dejárselo casi crudo. El quinto, capacho y acarnerado, basto, enmorrillado y sin cuello, fue hondote pero tuvo traza más de búfalo o buey que de toro de lidia.
Fue la prenda dura de la tarde. Por manso, por arrear a veces con violencia, por defenderse, por cobardón, por renegar. Pero se podía torear. Si se sabía cómo hacerlo. El Juli lo sometió, le consintió, le pudo. Se fajó con él, lo engañó, le bajó la mano, lo enredó. Le aguantó un gazapeo incierto, le tragó miradas, le dio el pecho y le puso los muslos. Lo tuvo debajo mismo, en las zapatillas, y hasta una vez en el pecho. La faena, trepidante, fue de estupenda tensión. Se sintió desde el principio que El Juli se acabaría merendando a la fiera, pero hubo que verlo para creerlo. Dentro del alto nivel de la faena, que fue descarado desafío en los medios, lo más redondo fueron los de pecho obligados. Y, claro, la raza de El Juli que brotaba a chorro libre. Buena por templada y serena fue la primera de las dos entregas de El Juli. Clásico concepto: toreo ligado por las dos manos, bien rematado, despacioso. Pero sólo se arrancó en serio la gente cuando El Juli se adornó con trenzas circulares. Se jaleó más lo fácil que lo difícil.
El Fandi
El primer toro de El Fandi tuvo pies y gasolina, pero se vino debajo de golpe después de banderillas. El sexto resistió de sobra, pero gruñó en cada embestida. El Fandi conquistó a la inmensa mayoría con las banderillas. Tres pares al tercero; cuatro al sexto. Bien recompensadas. Una oreja de mínima petición en el primer turno; dos por reclamación en el segundo. La faena del jabonero no fue apenas nada.
La del sexto, destemplada y al aire del toro, en la media altura, fue mero rebote. Pero el espectáculo y el alarde en banderillas dio de sí como si fuera la primera vez o lo nunca visto. Dos de los pares al sexto, un cuarteo en el mismo balcón del toro y otro llegando por los adentros, resultaron brillantes y clásicos. Las clavadas a violín deleitaron. Y las carreras por delante, las fintas sobre la misma cabeza del toro, el juego de provocar en el testuz. Un desasosiego. Para el toro.