Editorial

Francia contra la reforma

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Las calles de las principales ciudades francesas son desde hace ya semanas escenario de manifestaciones multitudinarias y violentas contra la ley del Contrato de Primer Empleo (CPE); y a la luz de las reuniones mantenidas -las centrales sindicales plantean ya un paro general para este próximo martes-, no parece que la situación apunte mejora alguna. El autor de la ley, el primer ministro Villepin, cuyo prestigio político está en juego, se enfrenta a una amplia de coalición de organizaciones estudiantiles, centrales sindicales, grupos antiglobalización e inmigrantes sin papeles que exigen su retirada inmediata porque consideran que ésta precariza el empleo al permitir despedir a los trabajadores menores de veintiséis años sin necesidad de justificación alguna.

Más allá de las consideraciones políticas, la situación que afronta el Ejecutivo francés es realmente seria también en términos económicos. Pero la reputación de inflexible de Villepin no debe ser un obstáculo para juzgar los méritos y la conveniencia de esta reforma laboral. La discrecionalidad que la ley otorga a los empresarios sobre la disolución del contrato viene en realidad compensada por la ayuda del Estado para la adquisición de vivienda desde el momento que comienza el empleo; además, el empleado tiene derecho a la formación profesional transcurridos dos meses; pasados cuatro -y en caso de despido-, tiene derecho a una paga mensual de 400 si no ha cotizado al paro, y el contrato se convierte en indefinido con todos los derechos al final del periodo establecido. En las motivaciones de los manifestantes seguro que se mezclarán muchas causas legítimas, pero en lo que se refiere a lo económico su actitud tiene difícil justificación.La renuencia de los contratadores hacia la gente joven bajo la legislación presente ha introducido un fuerte dualismo en los mercados laborales franceses. Si los líderes del movimiento contra el CPE reflexionasen sobre sus propios intereses, dirigirían su esfuerzo a extender algunas de las condiciones del mismo a todos los mercados laborales franceses, flexibilizando así toda la estructura laboral para tener cabida en ella. Pero incluso en la cuna de la Ilustración y de Las Luces la racionalidad debe superar un arduo proceso antes de imponerse.