Los que viven en otra onda
Tres personas que apostaron por el apagón televisivo cuentan cómo ha cambiado su vida
Actualizado: GuardarLes importa un bledo que Sardá se haya cogido un año sabático: por ellos, como si no vuelve. Nunca habían visto a Letizia antes de que se anunciase su compromiso con el Príncipe Felipe. Tampoco se ríen de las ocurrencias de Buenafuente, ni saben quién gana Gran Hermano. Para ellos, expresiones como qué pasa neng, nominator e incluso quietorrr, pecadorr de la pradera son un desconcertante galimatías, porque viven apartados del universo del que proceden. Y no son extraterrestres ni pertenecen a ninguna secta. Lo que les pasa es que han decidido vivir sin televisión. Son pocos, pero los hay. En un mundo donde este medio tiene cada vez más peso -nuevas cadenas generalistas, televisión digital terrestre, proliferación de canales locales y de pago -, los sin tele son ejemplares realmente exóticos y, muchas veces, incomprendidos. Como Alejandro, Ángel y Azegiñe, que cuentan las razones que les llevaron a prescindir de lo que ellos, más que nadie, consideran una caja tonta.
ALEJANDRO Y ÁNGEL
30 y 31 años. Hosteleros y profesores
«Ni un día nos hemos arrepentido»
Hartos del despertador, del estrés de la ciudad y de las prisas, Ángel y Alejandro tomaron una decisión: irse a vivir a un pueblo. Así que compraron una casa en ruinas en la localidad toledana de Orgaz y decidieron rehabilitarla para convertirla en alojamiento rural. Aunque habían renegado de su desquiciante existencia anterior, prescindir de la tele no entraba en sus planes.
«No pudimos verla durante meses a causa de las obras -recuerda Alejandro, un madrileño que en su vida anterior era agente de viajes-. Y, cuando por fin terminamos y pudimos ponerla, nos dimos cuenta de que no la habíamos echado de menos. Así que, aunque teníamos la toma de televisión, decidimos no instalar antena y probar a vivir sin ella De eso hace ya cuatro años, y ni un solo día nos hemos arrepentido de esa decisión».
Y no lo lamentan porque enseguida empezaron a saborear las mieles de su determinación. Se dieron cuenta de que las horas que antes invertían en ver la tele daban mucho de sí. «Yo leo mucho más -asegura Ángel, que dejó sus estudios de Ingeniería, para embarcarse en esta aventura-, devoro novelas de ciencia ficción y él aprovecha para hacer algo que le encanta ¿dormir!». Alejandro confirma entre carcajadas las palabras de su pareja. «¿Ya no me acuerdo de lo que son las ojeras!», confiesa. Aunque son muy jóvenes, acaban de entrar en la treintena, la sensación de levantarse muerto de sueño por haberse quedado «hasta las tantas viendo la tele» ya sólo es para ellos un lejano recuerdo archivado en la memoria.
Sin embargo, para la mayoría de la población es el pan nuestro de cada día, una rutina que nadie discute y cuya desaparición permitió a Alejandro y Ángel aprender a hacer un montón de cosas: cemento, jabón, bordado de toallas, recuperación de muebles antiguos, horticultura, repostería «Por ejemplo, ayer por la noche hice una tarta de natillas y cuajada. ¿Para eso sirve no tener tele!», dice Ángel, orgulloso junto a su obra, a la que le falta una considerable porción que se ha zampado en el desayuno.
En Orgaz, la primavera ha dejado de intuirse para estallar de forma brutal, con brotes verdes y olor a tierra que se despereza tras un duro invierno. En ese escenario, la televisión quedaría como un gazapo.
Pero no tener tele tampoco significa vivir en una burbuja. «Estamos muy informados: leemos periódicos, revistas, usamos mucho internet Si queremos ver una peli o un documental, vamos al cine o lo vemos en DVD. Aparato tenemos, pero antena no», aclara Ángel.
-Pero no habrán visto, por ejemplo, el atentado de las Torres Gemelas.
-Eso sí, llegamos aquí justo ese día. Ahí no nos pillas.
-Vale. ¿Y la boda de Felipe y Letizia?
-¿No nos interesa!
-¿La primera salida de Ratzinger al balcón del Vaticano como Benedicto XVI?
-¿Eso menos, ja, ja, ja!
-¿Los miembros de ETA encapuchados y con txapela anunciando el alto el fuego permanente?
-Nos hemos informado por internet y por la prensa. ¿También vimos unas imágenes en un restaurante al que fuimos a comer. ¿Tampoco nos pillas!
-¿Y los nuevos pechos de Yola Berrocal, de más de un kilo cada uno?
-Ja, ja... Sí, los vimos en Interviú.
-¿Las campanadas de Nochevieja! No dirán que no es útil para eso...
-Para eso usamos la radio. Además, siempre son iguales ¿Sigue saliendo la Obregón o este como se llama... Ramón García?
No quieren hacer campaña anti-tele -«no podemos salvar a todo el mundo, ya nos hemos salvado a nosotros mismos»-, pero afirman que no la necesitan y, la verdad, no se les aprecia ninguna carencia. Pero, ¿algo bueno tendrá la tele cuando la ve tanta gente, no? Se lo piensan, se miran el uno al otro y, esta vez sí, confiesan que algo positivo ha aportado al mundo: «Los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente», dice Ángel. Se hace un silencio de aprobación, pero Alejandro se apresura a romperlo para aportar su pasión secreta: «¿Y los dibujos de la abeja Maya!».
AZEGIÑE
46 años. Funcionaria
«Soy del siglo pasado»
En un rincón de la casa de Azegiñe, hay una pequeña televisión arrinconada, casi agazapada, como si tuviese vergüenza o fuese consciente de que ese lugar no es el suyo, de que es un invitado non grato. ¿Pero no había dicho que no tenía tele? «Ah, bueno, eso -dice esta risueña funcionaria de 47 años, como si acabase de descubrir a un intruso en su vivienda-. Ni siquiera es mía y lo cierto es que no la veo». ¿Entonces? ¿Quizá es un objeto decorativo? «Qué va. Lo que ocurre es que tengo unos vecinos fantásticos, que se preocupan mucho por mí y me la han prestado para los momentos de aburrimiento, pero nunca llegan a mi vida. Así que aquí la tengo. Son estupendos mis vecinos», afirma.
«Nunca me he gastado un duro en una tele -afirma-. Es que antes invertiría el dinero en cualquier cosa. Es que no la necesito. Primero, porque paso poco tiempo en casa: trabajo, hago yoga, chi-kung (otra disciplina oriental para trabajar la energía), voy al cine y segundo porque, cuando estoy en casa, hago otras cosas: cuido mi huerto, me tumbo debajo del arce de mi jardín, leo, paseo con mi perro, oigo la radio, me hago una infusión Soy muy afortunada, me da tiempo de hacer todo lo que quiero».
Al igual que en el caso de Alejandro y Ángel, la vida un tanto bucólica y su exilio del mundo televisivo no implican estar al margen de la actualidad. «Claro, claro, yo leo mucho la prensa, con eso me basta -aclara-. La verdad es que no sé ni qué programas dan en la tele, y por lo que oigo y por lo poco que he visto cuando he ido a casa de amigos o familiares, me reafirmo en mi postura, lo que echan no merece la pena. No soy de este siglo, porque tampoco tengo móvil».
¿Y eso? «No me he creado esta necesidad -apunta-. Y tampoco me siento tan imprescindible como para estar localizable las 24 horas del día Además, tengo en casa un teléfono fijo con contestador, con el que puedo hablar con familiares y amistades y disfrutar de una buena conversación», dice esta mujer, que ya ha logrado librarse de dos adicciones electrodomésticas.