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LA RAYUELA

Adoquines

MANUEL VERA BORJA/
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La coincidencia en el tiempo de la lucha de los jóvenes universitarios franceses en defensa de la estabilidad de sus futuros contratos de trabajo, que el gobierno de Villepin quiere precarizar aún más, con la convocatoria de macrobotellones en media España, ha sugerido o provocado la comparación entre las preocupaciones y comportamientos de ambas juventudes en algunos medios. Puestos a comparar, se podrían traer a colación los recientes disturbios de los banlieu protagonizados por los hijos de la inmigración magrebí y por su similitud en las imágenes: los ya lejanos acontecimientos del Mayo del 68, que también protagonizaron los universitarios. Sin embargo, no es demasiado lo que comparten, más allá del escenario: las calles y plazas empedradas de las ciudades.

La revuelta del 68 fue un grito de queja y rebeldía frente al sistema, una protesta cargada de romanticismo y utopía que, resumido en forma de eslogan, alguien pintó en las paredes de la Sorbona: debajo de los adoquines está la arena de la playa. Era un grito contra un mundo adulto que no gustaba: el de la banalidad del consumismo, el imperialismo de Vietnam, la hipocresía de la moral burguesa, la dictadura del trabajo sobre la vida, etc.

¿Qué tiene en común con los jóvenes airados de los suburbios que en 2005 quemaban coches e institutos? Que tampoco les gusta el mundo que les espera, aunque por distintas razones: han nacido y se han criado como ciudadanos franceses y sin embargo siguen discriminados económica, social y culturalmente como lo fueron sus padres. ¿Merecía la pena el esfuerzo de una o dos generaciones sacrificadas para terminar en un gueto marginal sin futuro?

Los estudiantes que ahora también incendian y tiran adoquines a los gendarmes en el escenario del 68, lo hacen para defender estrictamente su futuro, para que el desmantelamiento general del Estado del Bienestar del que disfrutaron sus padres, no se desmonte justo delante de sus narices y les condene a no alcanzar nunca el estatus de sus progenitores. ¿Les parece poco?

De los botelleros de estas tierras es más complejo hablar, porque su protesta no aparece como tal, no resulta visible a los ojos del ciudadano. Más bien, se entiende como una forma de pasotismo (así lo interpretó el Times). Y en parte lo es, pero sólo en parte. Cuando hace muy poco se difundieron los resultados de una reciente encuesta que constata que la mayoría de los jóvenes españoles no sienten demasiado interés por la política (Jóvenes y política. www.fad.es) y no tienen ganas de cambiar un mundo (donde han encontrado, aunque sea provisionalmente, un cálido hueco en el regazo y en la casa de sus padres), algunos medios parecieron sorprendidos o escandalizados. Desafiar a los adultos tomando las calles y plazas de las ciudades, aunque sea para beber y ligar, es una forma de rebeldía, que podríamos denominar blanda (soft), distinta de la revuelta pura y dura (hard). Sin embargo la respuesta blanda difumina el potencial de conflicto latente de una juventud a la que ideológicamente se encumbra, pero a la que se le niega o pospone el disfrute del mundo adulto. Entre ellos hay un veinte por ciento que están contra la sociedad actual y no encuentran respuestas en las instituciones. No parecen muchos, es verdad, pero los que lucharon por la democracia en España «cabían en un seiscientos», ¿y ya ven lo que ha llovido!