Balada para una mujer valiente
Actualizado:Recuerdo con orgullo aquella noche que siempre imaginé que llegaría. «Quiero tener un hijo, me dijiste. Y sólo supe decir: «Ya lo sabía». Apenas susurré: «Te lo mereces. Lo supe desde siempre, y lo quería». No tuve que decirte: «Piénsalo», pues bien pensado sé que lo tenías. No era un relámpago fugaz de orgullo ni un arrebato de melancolía. Era tan solo un gesto de grandeza, de generosidad y bonhomía: nada hay más grande y noble, más hermoso, que regalar a un nuevo ser la vida. «No tengo tiempo de esperar un padre ni busco la disculpa de un marido; lo quiero con ayuda de la Ciencia: el resto de la historia es cosa mía». Sé que tienes arrestos suficientes para educar a una escolanía; que no le faltará a tu hijo un padre, pues serás padre, madre y todavía te sobrarán saberes y cariños para obsequiar a toda la familia. Y que le harás saber que en este mundo el amor redime, la nobleza obliga, que no se logra el triunfo sin esfuerzo ni se alcanza la meta sin fatiga; que ser justo y honrado reconforta, que todo es prescindible en esta vida menos dormir en paz con la conciencia sin haber flexionado la rodilla. No has querido ser de esas mujeres, tristes, solitarias, engreídas, que critican con saña de mediocres y viven carcomidas por la envidia, por fuera maquilladas de gacelas recién salidas del taxidermista; de esas que han convertido su regazo en un abrevadero, vengativas, llenas de abalorios y de ausencias, vacías de esperanzas y alegrías.
¿Qué miedo si te sale un albardán, un drogata, un rufián de mancebía! ¿Qué esperanza en cambio si prospera sabiendo que elegiste darle vida; que fuiste generosa y abnegada en vez de comodona y egoísta, que sola te enfrentaste a la tarea, que él es la gran apuesta de tu vida! (El mundo se ha parado en mi reloj, disculpen los lectores la osadía. Lo siento, les presento mis excusas. Mañana volverá la letanía. Tenía que gritarlo al mundo entero: «¿Sabed que esa valiente es hija mía!»).