Sociedad

Triunfo de El Cid y un toro empotrado en un burladero de Castellón

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El quinto de corrida barbeó las tablas nada más escupirse del capote de Morante y trató de saltar al callejón por encima de un burladero. Se quedó encajonado entre el callejón y la tronera por una de las dos bocas. Así y ahí estuvo el toro exactamente media hora.

Ensogaron al toro por el cuello y entre un arenero y un operario subido al tendido pretendieron izarlo a pulso. Vano intento. Treinta minutos después de encajarse, el toro ganó por fin el callejón. Ya estaba el espectáculo arruinado. El toro volvió al ruedo renqueante.

Se pidió su devolución, pero a Morante le había gustado al toro y no hubo caso. Cuando parecía enredarse una bronca, Morante se plantó de rodillas y le pegó al toro dos largas afaroladas en tablas.

Pero el toro se tambaleaba un poco. La faena duró lo mí-nimo porque de pronto Morante se encontró al público vuelto del revés y en contra.Hubo, sin embargo, un tercero de corrida de extraordinario son por las dos manos. Petición de oreja

El Cid le pegó muchos pa-ses en faena abundante de desiguales logros. Hubo petición de oreja más bien raspada, pero a todos sorprendió el presidente sacando casi a la vez los pañuelos. La corrida dio, además, otros dos toros buenos. Un cuarto muy grandullón pero sin cara que acabó metiendo la cara. Los dos, en el lote de Rincón. Con el toro lisardo, de bellas hechuras, Rincón sufrió bastante. Y con el otro, también.

El primero de Morante, destartalado y sin fuerzas, se medio sentó tres veces, desparramó, no tuvo viaje. Mo-rante liquidó pronto. Al sexto no le bajó las manos nadie nunca y el toro, suelto, abanto, distraído y corretón, campó a sus anchas en carreras sin rumbo. De principio a fin. El Cid, movido, inseguro y sin recursos, no supo por dónde meter mano a aquello.