Hasta luego, campeón (Carta a Juan Rodríguez Romero)
Actualizado: GuardarSe dice que un padrino es el que acompaña a otro que recibe algún honor. Por ironías del destino (a veces incomprensible) participé de él en tu boda, al igual que mi hijo en su bautismo, y me sentí orgulloso de acompañarte el día en que todo tu pueblo te honró.
En lo personal, todos los que te conocimos supimos de tu generosidad y entrega. Eras humano, noble y misericordioso, ya que siempre te inclinabas a escuchar, perdonar o solucionar problemas ajenos. Siempre nos demostraste tu gran tolerancia y grandeza de espíritu.
Amante de la sonrisa y de las palabras sencillas, siempre nos demostrabas esa ilusión que tiene el niño pequeño que espera cumplir su sueño. Ese niño con energía inagotable que a veces no comprendíamos de dónde salía, con esas ganas de hablar, escuchar y hacer feliz a cualquier persona o colectivo. Con esos proyectos creados y entrenados en los momentos de peligro, que te salvaban de la angustia, de la preocupación constante, del dolor sin visos de final.
Ese disfrutar y exprimir el presente con la intensidad por bandera, con tu hijo y tu mujer, para poner coto a la angustia creada por la vida acelerada que te había tocado vivir, y buscando como último objetivo la felicidad urgente de todos tus seres queridos y de los que te rodeaban.
En lo profesional, nunca dejaste tu pasión. He presenciado -y a veces sufrido- cómo, desde los momentos más familiares, personales o felices, hasta los momentos más difíciles, estabas siempre pendiente de todo lo que ocurría en tu ciudad. Te sentías alcalde de todos y dabas prioridad a la persona, antes que al signo o ideas políticas que tuviera. No te dolían prendas en reconocer que te llevabas muy bien con Medina Lapieza, Manolo Cárdenas o los buenos ratos que pasaste con Barroso. Lo bien que te caían Paco Madame, Los Pepes, y un largo etcétera. El respeto por Siroco o Gallardo. En fin, tú sabías que todos te podían enseñar algo y sentías esa curiosidad de aprenderlo.
Hablabas con el mendigo, con el vovi, con el empresario, con el parado, con el banquero, con el deportista, con el jubilado, con la del quiosco, con el de las castañas, con el del coche de caballos, con el taxista, con el drogadicto, con el camarero, con el albañil, pero sobre todo, disfrutabas con los niños.
A la gente de tu partido que tanto querías o a los del equipo de Gobierno, siempre les exigías la misma entrega tuya y los defendías porque sabías lo que era sufrir esos ataques, a veces de mala fe, y otras cegados por la torpeza o el odio: «... No perderé el tiempo con ellos. Todo mi tiempo tiene que ser para transformar Sanlúcar. Que digan lo que quieran ...», decías últimamente, después de valorar verdaderamente la vida.
Cuando te recriminaba a veces que dejaras el teléfono, que vivieras más tranquilo, que no te pararas decenas de veces por la calle con cualquier persona que tenía algún problema o que comieras porque se enfriaba cualquier cosa que pedías en un bar atendiendo a todas las personas que te lo solicitaban, siempre me decías que eso te daba vida (otra vez la maldita ironía), que habías luchado mucho por intentar hacer de Sanlúcar una ciudad moderna, que tenías que cambiarla y empezabas a soltarme la lista de proyectos que habías conseguido (la peatonalización del centro, las playas limpias, mejorar todas las hermandades o asociaciones, los cines, los aparcamientos subterráneos, los campos de golf, las cadenas de supermercados, la residencia de ancianos, las nuevas avenidas, el cuidado de las barriadas...), o los que ibas a poner en marcha y por los que luchabas a marchas forzadas (el nuevo paseo marítimo, la nueva gran superficie, la legalización de viviendas, el nuevo cementerio, la rotonda del Palmar, el traslado de la depuradora, un gran puerto deportivo, la nueva circunvalación, un nuevo estadio deportivo, un palacio de congresos donde pudiéramos ir a ver teatro, un proyecto para la movida...) En fin, un diseño de nueva ciudad que la transformara por lo menos para 20 años. ¿Cuántas vueltas a la cabeza le darían esas ideas en el hospital! Lo que no soportaba, sin decirlo, era que fuera a otra ciudad y disfrutara de algo que no existía en la suya.
Supiste transmitir al pueblo de Sanlúcar, que es una gran ciudad, con un enorme potencial. El pueblo supo entenderlo y te demostró un enorme respeto y admiración. Supo gritar en silencio. Ese grito mudo y ese llanto que sale de dentro, del sentimiento verdadero.
Al igual que muchos de nosotros pasamos desapercibidos por esta vida, has tenido la rara habilidad, que tienen los escogidos, de que en el poco tiempo que has estado con nosotros, la gente reconozca tu labor, no te olviden y te recuerden como una gran persona. Desde aquí, me voy a permitir la licencia de aprovechar estas líneas para dar en nombre de la familia las gracias de todo corazón a todo el pueblo de Sanlúcar, sin olvidarme de todo el personal del Hospital de Jerez (médicos, ATS, auxiliares, limpiadoras, celadores, etc.) y a don Manuel González Barón, a los que él estaba eternamente agradecido.
Un verdadero campeón es aquel que combate en el desafío, un defensor que se esfuerza por una causa. Tu familia, tus padres, tu esposa Verónica (ejemplo de entereza para todos) y sobre todo tu hijo, sentiremos desconsoladamente tu ausencia, pero siempre estaremos orgullosos de ti. Descuida que no se me olvidarán tus deseos y ese viaje que teníamos pendiente lo haremos algún día juntos. Hasta luego, campeón.