Cartas

Madurez humana y felicidad

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Estas reflexiones que propongo son el desahogo de un maestro que después de años de servicio en la enseñanza llegó a su jubilación. Puede ser también como el resumen de la intención y la labor del maestro que trata de ayudar a sus alumnos para adquirir la madurez y, como consecuencia, la felicidad. Reconozco que, en parte, la razón que me ha impulsado a escribir estas líneas es la percepción del despiste o desinterés generalizado que existe en esta materia. No va dirigido a los alumnos, sino más bien a los adultos, porque ellos son los responsables de las generaciones que nos sucederán.

Muchas veces, en nuestras conversaciones, hablamos de la felicidad como de algo. Cuando nos referimos al término algo, estamos hablando de un objeto que se compra, se vende0 Visto así, la felicidad parece que es «una cosa».

Yo diría que la felicidad es aquella cualidad desarrollada en el ser humano y conseguida por las personas que poseen la madurez. La felicidad no es el final de un proceso, sino que constituye el modo de ir por la vida.

La felicidad se consigue a base de esfuerzos continuos, buscando madurar en los distintos acontecimientos por los que nos hace transcurrir la vida. Se puede ser maduro con 25 años y con 80. Lo mismo que se puede ser un inmaduro a estas edades. ¿Dónde está entonces la clave para conseguir la madurez, para adquirir, por tanto, la felicidad?

La mayor parte de estas claves está en el hombre mismo. El hombre maduro conoce sus limitaciones y las asume, no acepta lo malo e inauténtico como bueno, no tolera que se maquille el desorden de la existencia como algo normal. Sigue llamando a lo vulgar, vulgar, a la mentira, mentira, y a los abusos e injusticias no les busca disculpas.

El hombre maduro no acepta que se considere algo como normal porque sea común, porque lo haga todo el mundo, ya que lo que se llama normal puede ser profundamente negativo y destructivo de la naturaleza humana, como lo es la violencia, el egoísmo, el desprecio de los débiles por los fuertes, la codicia, la injusticia de todo tipo. Piensa que todo esto no es normal y hay que denunciarlo y combatirlo.

El hombre maduro, aún admitiendo que existe negatividad en los acontecimientos de la vida, continúa trabajando en sus obligaciones y responsabilidades familiares, laborales y sociales. A pesar de los fracasos, no se deja llevar por el pesimismo.

Al hombre maduro el sentido de la vida no le viene de fuera, está en él mismo. Aporta una y otra vez su esfuerzo, a pesar de su aparente inutilidad. Esto implica disciplina, renuncia, coraje, determinación, voluntad y no tanto osadía irracional. Es resistente y constante y por ello da garantías. A estas actitudes muchos le llaman carácter.

El hombre maduro mantiene una ingenuidad crítica; una sagacidad prudente; una intención bondadosa y una reflexión lúcida. No tiene ansias de triunfo o ganas desproporcionadas de éxito. No está pendiente de sus excelencias. Sabe lo que no tiene y lo que tiene lo pone al servicio de los que le rodean.

Así se consigue la felicidad; a base de la resistencia que produce la madurez, el encaje en las limitaciones y la decisión de dejarse la vida en no caer en el pesimismo y la tristeza, manteniendo un dinamismo esperanzado, sabiendo que la vida tiene una dimensión trascendente y que el bien común vale la pena buscarlo siempre y en todo lugar.

Maximiliano de la Vega. Cádiz