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El botellón

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En una céntrica calle de Madrid, inmóvil entre los ciudadanos que van y vienen, un hombre solo levanta al cielo su pancarta: En Francia revolución, en España botellón.

Camino hacia mi casa con el mensaje recién recibido rondando mi cabeza y me doy cuenta de cuánta verdad hay en el elemental pareado: nosotros, nuestra juventud, sale a la calle por el botellón, en todas las ciudades de España, como si se tratara de la reivindicación más urgente. Y en Francia, la misma juventud se lanza a la calle para protestar contra una ley que menoscaba su condición de trabajadores. Una ley que en España tenemos también sin que nadie haya protestado nunca por ella.

¿Dónde está la juventud consciente del camino profesional que le espera? ¿Tenemos miedo acaso a defender nuestros derechos?

Hay quien dice que los franceses están en decadencia porque los gobiernos han de habérselas con las protestas airadas de los inmigrantes primero y de los estudiantes después. En cambio nosotros no estamos en decadencia, nosotros salimos a la calle para defender el botellón. ¿En esto consiste nuestro progreso y nuestra paz social?

Estamos todos de acuerdo en que hay que habilitar espacios para que los jóvenes y los menos jóvenes puedan disfrutar de su ocio sin molestar a los vecinos. Pero además de reclamar un lugar donde beber, ¿en qué parte de nuestra mente y de nuestras esperanzas hemos dejado el compromiso con la sociedad, el compromiso con nuestros sueños, con la posibilidad de ser respetados en el trabajo, aunque sea el primero? ¿O es que nuestros valores se limitan al dinero, alcanzado a cualquier precio, y la fama aunque carezca de contenido y de mérito?

A veces me pregunto si no será que los franceses, que tanto despreciamos a veces, gozan de escuela pública y laica desde hace doscientos años, una escuela donde los niños en lugar de aprender valores que nacen de las creencias -religión, moral- han sido educados ellos, sus padres y sus abuelos en los valores cívicos que emanan de las ideas de justicia, libertad e igualdad, aplicables a toda la Humanidad. Nuestra escuela pública y laica en cambio, apenas tiene unos años.

Quizá dentro de un par de generaciones el compromiso con la propia vida será una realidad más firme que la del botellón.

P.D. Cuando estoy a punto de enviar este artículo me llega la fabulosa noticia del «alto el fuego permanente» que deja mi alma sumida en la esperanza, una esperanza que quiero compartir con todos los que han sufrido durante este largo camino hacia la paz.