El recuerdo
Actualizado: GuardarTengo una cicatriz al lado de la ceja que con el tiempo ha ido empequeñeciéndose, reconciliándose con mi piel. Era por entonces una personita de meses, no tengo memoria de aquel suceso. Pero me contaron muchas veces cómo se había producido. También ha pasado mucho tiempo desde que me lo contaran.
Solía suceder alguna tarde en que quizás merendáramos mis padres, mis hermanos, mis tíos... Había muerto mi abuelo, estaba la familia de duelo y, por entretenerme, mi hermano, siete años mayor que yo, me tenía entre sus brazos. De ellos caí al suelo. Eché tanta sangre que, de alguna manera, fastidié el duelo. Lo sintetizo porque, después de que me lo contaran tantas veces, el relato llegó a desfigurarse en mi percepción. No me extraña incluso que, en algún momento, se le añadiera algo de fantasía. A veces me presentaban un pedrusco puntiagudo al que fue a parar mi sien, otras mi llanto desconsolado se eternizaba dejando a mi abuela huérfana de pena, en otras ocasiones había caído desde sus hombros, más alto todavía y, casi siempre, cosas de mi madre, aparecía el Ángel de la Guarda.
Estaba reinando en aquel suceso, del que no tengo memoria propia, porque nunca me contaron la cara que se le quedó a mi hermano. Sí alcanza mi memoria (y además, también me lo recordaron), al día que me llevó al Cine Cómico. Yo debía llevar la barriga suelta y me embadurné de arriba abajo. «Y cómo olías», apuntillaba con risas cuando años más tarde salía la escatológica historia en alguna reunión... La de veces que reñimos; la de patadas que debí darle a aquel niño de la foto de Primera Comunión (yo tengo otra con el mismo traje). Mira ésta, no mucho más mayor, de penitente...
Será cultura, no sé porqué, también guardo el cuadernillo de Semana Santa de La Voz: martes 22 de marzo de 2005, «...en la calle Pelota un espectador sufrió una angina de pecho lo que obligó a parar el cortejo a la salida de San Juan de Dios». No sé. Sé que me abre la puerta del recuerdo que me pasea hasta aquella caída de chico, y que en ese recuerdo no hay dolor, como si los hechos de la memoria fueran regalos que se nos presentan envueltos por lazos invisibles, lazos indefinibles si se hubieran de definir, vinculados a la sangre de nuestra sangre y que anudan sentimientos y cicatrices.
Es un lugar común que hoy personalizo. A mi hermano Paco.