Fútbol descontrolado
Actualizado: GuardarLos graves sucesos ocurridos durante la noche del jueves en el encuentro Atlético de Madrid-Sevilla justifican plenamente el proyecto de ley contra la violencia y el racismo en el deporte aprobado la semana pasada por el Consejo de Ministros. Pero lo sucedido tiene un significado más allá de la oportunidad político-administrativa por cuanto situaciones como la vivida en el estadio Vicente Calderón no se evitan con más leyes. Hay conductas personales o colectivas, y decisiones organizativas en el ámbito del fútbol, que resultan tanto o más determinantes que la legislación sancionadora.
Es hora de que los llamados ostentosamente «estamentos del fútbol» abandonen la hipocresía, sean consecuentes con el espíritu de juego limpio que dicen compartir y rompan ciertas complicidades con los energúmenos que anidan en todas las gradas. Aquellos estamentos, autoridades federativas, directivos de clubes, de la Liga de Fútbol Profesional y asociaciones de jugadores, se comprometieron hace un año a combatir y prevenir cualquier tipo de manifestación de intolerancia en ese deporte, estampando su firma al pie de un Protocolo encabezado por el Consejo Superior de Deportes. Pero de poco sirven dichos gestos y compromisos si los ultras de las hinchadas se sirven para sus excesos de la impunidad que les prestan los directivos o de los guiños de complicidad que les brindan los jugadores.
Los últimos incidentes en el Calderón, con riesgo para la integridad física de quienes se encontraban en el terreno de juego, recuerdan tristemente a los que hace un mes sucedieron en el campo del Valencia o anteriormente en otros. Lo desalentador es que no existe un precedente de respuesta ejemplar ante desórdenes de esa naturaleza que disuada a quienes están tentados de repetirlos. Si fueron célebres los sucesos registrados en noviembre de 2002 en el Nou Camp contra el madridista Figo, no menos relevante resultó la resolución final que tres años más tarde, previa reforma de un artículo de los estatutos federativos, se limitó a sancionar al Barça con 4.000 euros, dejando sin efecto la clausura del estadio durante dos encuentros.
Con estos precedentes y aquellas conductas, poco se puede esperar. A ningún club le interesa que su estadio sea escenario de manifestaciones violentas, pero da la impresión de que todo termina reducido a un cálculo de costes en un espectáculo, el fútbol, impregnado de una excesiva terminología bélica y donde dinero y pasión acaban formando una inestable mezcla.