Contraportada

Un coyote en Central Park

El animal llega al corazón de Nueva York, sin que nadie sepa cómo, y moviliza a la sociedad de EE UU a través de televisión

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Tienen fama de cazadores solitarios que evitan al hombre, pero, en realidad, los coyotes son animales astutos y curiosos que prefieren observar desde la distancia y siguen las leyes de la manada. Su talento de exploradores y habilidad de supervivencia les ha permitido resistir ante la civilización e, incluso, extender su presencia desde las praderas de Canadá hasta... Central Park.

El primer neoyorquino que lo vio el domingo por la noche, mientras paraba un taxi en la calle 66, que atraviesa el pulmón de la Gran Manzana, lo confundió con una hiena.

El lunes, un hombre que paseaba a su perro lo describió como un lobo, y el martes, una mujer pensó que aquel «extraño pastor alemán» miraba a su perrita con ojos lascivos. Luego comprendió, estremecida, que su mirada era de hambre. La búsqueda del coyote no empezó hasta que Sara Hobel, directora de los Patrulleros de Parques Urbanos de la ciudad, lo vio con sus propios ojos. Hall fue bautizado con el nombre del aislado estanque del que había hecho su casa, Hallett Nature Santuary.

Por la forma en que burló durante dos días la cacería de francotiradores y helicópteros se deduce que ya llevaba varios días en su nuevo territorio y había establecido rutas por sus recovecos. Cuando al fin creyeron tenerlo a tiro de dardo anestésico, Hall saltó una valla de casi tres metros y desapareció por un túnel. Sus perseguidores se dieron por vencidos al caer la noche.

«¿Están los neoyorquinos en peligro?», le preguntaron al alcalde Michael Bloomberg. Bloomberg sonrió. «Esto es la ciudad de Nueva York. Yo diría que el coyote va a tener más problemas que nosotros». Horas después, Hall esquivó de nuevo a sus perseguidores a través de un estanque helado y agujeros en las verjas, pero cazar al animal acorralado era cuestión de tiempo. Quienes siguieron su aventura en directo por televisión le vieron marcharse aletargado en una jaula. De cómo llegó hasta el corazón de la gran ciudad sólo se puede especular. Hobel asegura que es costumbre de las manadas, por esta época del año, enviar a uno de sus jóvenes -a éste se le calcula un año- en busca de nuevos territorios y de una compañera con la que poblarlos.

Se cree que empezó su aventura en el condado de Wechester, al norte de Nueva York, y llegó a la Gran Manzana por los túneles del tren y los parques. La misión del coyote pionero no ha fracasado. Las autoridades prometen que cuando se reponga de la aventura buscarán una zona «más apropiada para los de su especie» en la que dejarlo en libertad.