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TREGUA DE ETA | ILUSIONES Y TEMORES

La esperanza de vivir sin sombra

Un juez, un ertzaina, un representante del asociacionismo cívico, un edil del PSE y otra del PP hablan de sus ilusiones y temores tras la declaración. El ansia de recuperar la libertad después de muchos años de angustia convive con inevitables recelos.

OLATZ BARRIUSO/
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Para quienes han sufrido durante años el acoso inmisericorde del terrorismo, para quienes han vivido demasiado tiempo acompañados a veces hasta por cuatro escoltas que reproducen sus pasos allá donde van, los rayos de esperanza suelen ser menos brillantes que para el resto. Para los colectivos que viven con protección en Euskadi y para aquellos sobre los que se cierne la amenaza permanente de ser 'objetivo potencial' de ETA, el anuncio hecho público ayer supone cierto alivio -la esperanza de recuperar su libertad de movimientos es común a todos-, pero también despierta reservas y recelos.

Por encima de todo, la tregua del 98 -en la que la violencia de persecución y los actos de 'kale borroka' no sólo no cesaron sino que arreciaron- está en mente de todos. También se recuerdan los nulos efectos de la 'tregua parcial' que ETA decretó en junio de 2005 para los cargos públicos de PSE y PP. Aunque piensen diferente, todos desean en su fuero interno que ahora sea distinto. Un concejal del PSE, una edil del PP, un juez vasco, un ertzaina y el portavoz de una plataforma cívica relatan su experiencia, sus esperanzas y sus temores.



ESTANIS AMUTXASTEGI
Teniente de alcalde del PSE en Andoain
«Casi ni me acuerdo de cómo era mi vida sin escolta»

Estanis Amutxastegi volvió a casa en octubre pasado. Los violentos le obligaron a dejarla el 19 de noviembre de 2003. Un cohete pirotécnico estalló a medio metro de su hija de 23 años, que repasaba tranquilamente un trabajo de clase y acabó atendida de una crisis nerviosa. El miedo se coló por la ventana del salón, calcinó el mobiliario, pulverizó los cristales. A Amutxastegi no le quedó más remedio que marcharse a vivir de alquiler a San Sebastián y desplazarse a diario a su pueblo, Andoain, donde es teniente de alcalde por el PSE. Dos largos años de obras y reparaciones más tarde pudo regresar.

Con un historial angustioso de ataques y sabotajes a sus espaldas -calcinaron su coche, el de su otra hija, el de sus escoltas- y los asesinatos de su compañero Joseba 'Pagaza' y de José Luis López de Lacalle en la retina, no es de extrañar que el edil necesite tiempo para digerir el cese de la violencia de ETA y, sobre todo, para «recordar cómo era mi vida antes de todo esto». «Casi ni me acuerdo. Bajaba al bar de vez en cuando a jugar mi partidita de mus, salía a pasear con mi mujer si hacía bueno, y no tenía que llamar a nadie cuando quería salir de casa», rememora.

Ahora, deseoso de poder por fin «vivir como una persona normal», quiere estar seguro de que esta vez será la definitiva y tiene claro que la paz no puede en ningún caso ser fruto de «concesiones políticas». «No sirve de nada que no te maten si en cambio te pueden dar una paliza, quemarte la casa o el coche», aclara, tal vez pensando en que fue precisamente durante la tregua de 1998 cuando tuvo que empezar a vivir con protección permanente. «Había carteles por la calle llamándonos 'asesinos'», recuerda. En cualquier caso, Amutxastegi confía en el presidente del Gobierno y cree que el actual es el momento «apropiado» para consolidar la paz.

Convencido de que su calvario habrá «merecido la pena» si la «convivencia democrática» se instala por fin y para siempre en Euskadi, es consciente también de que la reconciliación definitiva tardarán al menos «una o dos generaciones en llegar». «Tengo 53 años y a mí ya no se me va a olvidar que me han matado a mis compañeros. A mis hijas seguramente tampoco. Pero igual mis nietos, si los tengo algún día, ya no tienen 'gorrotua'. Se dice odio en castellano, pero me gusta más como suena en euskera».

MARISA ARRÚE
Concejala del PP en Getxo
«Me viene a la cabeza lo mal que lo pasé en el 98»

A Marisa Arrúe le pone «de los nervios» la palabra 'paz' a secas, porque para ella la paz nunca será real mientras no haya «libertad». «El día en que pueda ir tranquilamente a ciertas zonas de Algorta donde hoy por hoy no puedo ir, el día que ya no esté acongojada, el día que pueda estar segura de que a mi hermana no la van a lanzar un 'cóctel' y quemarle la casa, el día que sepa que estoy en igualdad de condiciones con todos los demás para hacer campaña, ese día podremos hablar de paz».

Por esa y por otras razones, la veterana concejala del PP de Getxo -también diputada en Madrid- se confiesa «escéptica» y «pesimista» ante el cese de la violencia que ETA declaró ayer. No ve «signos» de que su vida vaya a cambiar, igual que no cambió -recuerda ahora- cuando la banda terrorista declaró el alto el fuego de septiembre del 98. La experiencia es a veces la más amarga de las consejeras.

Arrúe recuerda que «peleó» para que le retiraran la escolta durante los primeros meses de aquella tregua, cuando aún albergaba «esperanza». No lo logró -«los expertos en seguridad lo desaconsejaron»- y vio cómo en su quehacer cotidiano no acababa de hacerse la luz. Más bien al contrario. «Menos mal que estábamos en tregua porque si no nos fusilan», se lamenta para explicar sus prevenciones. «No lo puedo evitar. Me viene a la cabeza lo mal que lo pasamos entonces, sobre todo cuando nos dimos cuenta de que la tregua era una trampa. Nos intentaban reventar los actos, era horroroso. Había amenazas, insultos ». La concejala resume aquella etapa con una frase de la presidenta de su partido en Guipúzcoa, María José Usandizaga, que ya ha quedado grabada en el discurso diario del PP vasco: «No nos matan, pero no nos dejan vivir».

«Todos queremos que esto se acabe. Tengo unas ganas tremendas de no tener que vivir todo el día con una sombra, pero lo que no quiero es que unos matones me perdonen la vida», explica Arrúe. Le preocupan, además, los posibles 'efectos colaterales' de la etapa que acaba de abrirse. «Con la ilegalización de Batasuna en los ayuntamientos habíamos ganado un espacio de libertad. Sólo de pensar que pueden volver me pongo enferma».

CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN
Portavoz de Basta Ya
«Los terroristas deben pedir perdón»

Profesor universitario y articulista, la militancia activa en lo que en su tiempo se llamó 'constitucionalismo cívico' -en su caso, como portavoz de la plataforma Basta Ya- le ha valido a Carlos Martínez Gorriarán no sólo cierto protagonismo mediático sino también la certeza de la amenaza permanente que ETA hace oscilar sobre quienes le llevan la contraria. Tras la declaración de tregua, teme que el camino recorrido pierda todo su sentido si se comete el error de «bajar la guardia» ante la banda.

«Es fundamental ahora que la sociedad sea exigente», remacha el portavoz de Basta Ya, receloso de que el combate de años de esta y otras plataformas ciudadanas contra el «nacionalismo obligatorio» pueda quedar en agua de borrajas. «Creo que lo importante es tener claro que esto no es un proceso de paz sino de fin de ETA», apostilla.

A su juicio, existen una serie de principios «irrenunciables» que deben regir esta etapa: «No puede haber concesiones políticas intolerables, no podemos volver a hacer víctimas a las víctimas», insiste, al tiempo que recuerda que si ETA ha declarado el cese de la violencia no es sino por su «extrema debilidad» y por el «éxito» de las políticas aplicadas para combatirla.

Gorriarán cree que a partir de ahora no se puede abordar la situación penitenciaria sino «a través de los procesos constitucionales de reinserción» y está convencido de que los terroristas «deben pedir perdón». «No como si esto fuera una procesión de penitentes, sino rompiendo con el terrorismo y aceptando la Constitución».

JAVIER
Ertzaina
«No podemos relajarnos»

Pese al recién declarado alto el fuego, Javier todavía mantiene intactas ciertas costumbres arraigadas durante años de amenaza terrorista, como por ejemplo no dar su nombre verdadero, «hasta que no veamos en que queda todo esto». Javier en realidad no se llama Javier y es ertzaina en una comisaría vasca. Asegura el agente que en los últimos meses sembrados de bombas ni a él ni a sus compañeros les había abandonado la sensación de vivir una situación «complicada y peligrosa, de riesgo real». Por eso cree que ahora «no podemos relajarnos ni bajar la guardia» sino que «debemos seguir a lo nuestro, cumplir con nuestro cometido».

Eso sí, Javier separa su impresión como miembro de un colectivo que ha perdido a varios de sus miembros a manos de ETA de la «alegría» que siente «como ciudadano» por acercarse por fin a algo «parecido a la normalidad». «Pero hay un precedente, el de la tregua del 98, que nos deja a todos un poco fríos. Hay que ser cautos».

EDMUNDO RODRÍGUEZ
Juez de lo Mercantil en Bilbao
«No seremos un impedimento para el proceso de paz»

Al vislumbrar por fin la luz al final del túnel, el primer pensamiento de Edmundo Rodríguez es para un puñado de veteranos «resistentes» que con su «ejemplo» y coraje, subraya, contribuyeron a frenar la «espantada» de magistrados en Euskadi, precisamente lo que ETA perseguía con su campaña de atentados contra la Judicatura. Rodríguez, juez de lo Mercantil en Bilbao y portavoz nacional de Jueces para la Democracia, se acuerda sobre todo de José María Lidón. Su asesinato fue la sacudida definitiva que hizo tomar conciencia al colectivo judicial en Euskadi de que, más que nunca, estaba en la diana de ETA. Menciona también a Antonio Giménez Pericás, a Elisabeth Huertas, a Garbiñe Biurrun, «que paseaba por su pueblo, Tolosa, con el lazo azul ».

Quiere subrayar así, ahora que la época más dura ha quedado atrás, cómo él y muchos otros compañeros que «podían haber optado por marcharse a sitios más cómodos» decidieron sin embargo, «sin alharacas ni victimismo», permanecer mayoritariamente en sus puestos. Se dio un «vuelco», dice, al estereotipo del juez «fugaz» que no recalaba en Euskadi precisamente para quedarse. «Si en los peores tiempos se mantuvo una vocación de resistencia, de permanencia y de atención al ciudadano pese a las medidas de seguridad que tenemos que sobrellevar, las cosas seguirán igual ahora», remacha.

Rodríguez es optimista. Ve en la ciudadanía «ánimo de perdonar» y de superar el «clima de enfrentamiento» que durante tantos años ha envenenado el ambiente. Y subraya que, en el nuevo tiempo que ahora se abre, los jueces se limitarán a cumplir con su obligación y aplicar el ordenamiento jurídico, consciente de que no es descabellado pensar que pueda haber cambios. «Estoy convencido de que todos los jueces aplicarán lo que haya que aplicar sin ningún tipo de reserva mental. La Judicatura en ningún caso va a ser un obstáculo para el proceso de paz».