El día después
Intelectuales, sociólogos y psiquiatras analizan cómo vivirá la sociedad vasca y qué retos tendrá que afrontar cuando se instale de forma definitiva la paz en Euskadi
Actualizado: GuardarNinguna banda terrorista opera en Euskadi. Después de 40 años de violencia, ETA ha dejado las armas. La sociedad vasca vive en paz. Es un escenario idílico, pero aún lejano. El anuncio hecho público ayer por la organización ha aumentado la esperanza de que por fin desaparezca el «horror» de estas cuatro últimas décadas. Pero los «milagros» no existen, y el paso del miedo y el asesinato a la reconciliación costará tiempo. «Se trata de algo muy complejo que tendrá que evaluarse con el paso de los años», sostiene Miguel Gutiérrez, jefe de la Unidad de Psiquiatría del Hospital de Cruces.
La visión de este especialista en analizar la mente humana no desborda optimismo. Más bien al contrario. A su juicio, es necesario mantener un cierto «escepticismo», sobre todo, «si se echa la vista atrás» y se analizan frustrados procesos de paz anteriores. Pero, aunque todo fructifique y el terrorismo desaparezca de forma permanente, la violencia ha empapado la vida de, al menos, tres generaciones de vascos, «y eso no se va así como así; ha habido un conjunto de emociones, sufrimientos e ideología. Esta sociedad necesita mucho tiempo para recolocar las piezas».
También mira al pasado Javier Elzo. El sociólogo de la Universidad de Deusto recuerda el verano de 1999. Fue «diferente». ETA había decretado una tregua en septiembre de 1998 «y se respiraba otro ambiente, más relajado». A finales de 1999 la banda rompió el alto el fuego y en enero de 2000 volvió a cometer un asesinato: el del teniente coronel Pedro Antonio Blanco García. Aquella breve esperanza parece resurgir en estos momentos.
La opinión de Miguel Gutiérrez coincide en gran medida con la expresada por el catedrático de Sociología de la Universidad del País Vasco, Ander Gurrutxaga: para que la paz se consolide será necesario «manejar los tiempos». «No se hará de la noche a la mañana», sostiene el profesor de la UPV, quien augura 'sorpresas' si todo el proceso va por buen camino: «Aquí se pueden recomponer relaciones que ahora son inimaginables».
Cuestión de tiempo
Todo es cuestión de tiempo. ¿Pero habrá una especie de 'revolución social' en el País Vasco si llega la paz? Para Gurrutxaga, y desde un punto de vista general, pocas cosas cambiarán porque «seguiremos viviendo conforme a los valores de una sociedad moderna y de bienestar». Lo cual no impedirá que, evidentemente, aquellas personas que han sentido de forma directa la amenaza y la extorsión se sientan «más aliviadas». «Sí dará tranquilidad al sector económico y podemos ser más atractivos a las inversiones extranjeras», puntualiza.
Otros intelectuales son más optimistas. Es el caso de José Ignacio Ruiz Olabuenaga. El catedrático de Sociología es de los que considera que si realmente se instala la paz, «sin lugar a dudas, en Euskadi se producirá una catarsis». El ocaso de un conflicto que ha provocado mucho «hartazgo y sangre» conseguirá que la mayor parte de la ciudadanía se sienta «más libre» y podrá abandonar «una pesadilla». Hay quienes, como el escritor y filósofo Andrés Ortiz-Osés, más que la llegada de una catarsis, hablan de un «hondo suspiro». «La violencia ha sido terrible y se ha enquistado en algunos sectores», razona el autor.
La escritora Toti Martínez de Lezea también piensa que la violencia ha supuesto «un desgaste muy importante» porque se han perdido «vidas y energías que podrían haberse encauzado por mejores derroteros para el bien de todos». Tampoco duda de que «más que una revolución social, «sí que puede que tenga lugar una mayor concordia entre los militantes políticos de cualquier signo».
Pero, además, se considera necesario «no olvidar, no vaya a ocurrir que, por reprimir la memoria, a la sociedad luego le cueste tanto abrirse camino, como ahora al recuerdo de la violencia franquista». Así lo cree Ramiro Pinilla. El último Premio Euskadi de Literatura ve imprescindible hacer un balance «de lo perdido y de lo no ganado» para intentar entender el «horror» vivido durante estos últimos cuarenta años. A su juicio, habrá que construir «un nuevo tiempo: el de la comprensión del otro. Y comprensión significa respeto».
«No olvidar»
En una línea similar se expresa Andrés Ortiz-Osés. El profesor de la Universidad de Deusto se muestra partidario de «no olvidar, aunque sí perdonar. Pues sin perdón mutuo no se puede sobrevivir». El perdón. ¿Debe ETA pedirlo? Gurrutxaga considera que sí: «Quienes han ejercido el terrorismo deben reconocer el dolor que han generado y realizar una declaración formal en la que afirmen: 'Hemos matado a mucha gente y nos hemos equivocado'».
Una posibilidad que algunos ponen en duda. La escritora María Maizkurrena piensa que «quienes siguen las directrices de ETA no se van a poner a hacer una trágica autocrítica el día después». La autora piensa que la izquierda abertzale «tendrá que acostumbrarse a tratar de convencer a otros en vez de imponer sus ideas mediante una 'lucha' en todos los frentes. El famoso 'conflicto' quedará circunscrito al terreno ideológico».
¿Y la reconciliación? ¿Llegará algún día? Javier Elzo sostiene que la «fractura« instalada durante estos 40 años de terrorismo es «muy grande». Para este sociólogo, la izquierda abertzale ha construido «una sociedad paralela» y la recomposición de las «relaciones interpersonales» será «un trabajo mucho más lento» y mucha gente puede «tener la tentación de mirar para otro lado».
La respuesta de la sociedad también está en el aire. Según Elzo, es muy posible que «pase de lado»; es decir, que no se implique como tampoco lo hizo durante el franquismo o la Transición. «La sociedad vasca quiere vivir tranquila el día a día sin que le hablen de estas cosas», afirma el catedrático de la Universidad de Deusto, para quien «no debe haber ni olvido ni amnesia, pero tampoco una búsqueda del revanchismo».
Toti Martínez de Lezea considera que estos años no los olvidarán las personas que «los han vivido», como «tampoco olvidaron los que vivieron el esperpento de la guerra y los años de la dictadura». Sin embargo, sí cree que para «las generaciones futuras la situación será muy diferente». La escritora espera que con el paso del tiempo se dé una normalización real de las relaciones, «pero para ello todo el mundo ha de poner su granito de arena. No se puede pretender que unos hagan el esfuerzo y otros esperen sentados».
Por su parte, Ortiz-Osés no duda de que la llegada de la paz será «un gran alivio», pero también vaticina que queda «latiendo un enfrentamiento incívico». En su opinión, normalizar las relaciones entre sectores que llevan cuarenta años en contienda no será fácil: «Los mayores de edad están ya muy heridos mutuamente, mientras los jóvenes parece que han optado por huir hacia adelante. La cuestión estaría en asumir críticamente nuestro pasado». Ruiz Olabuenaga, más pesimista, vaticina que, a corto plazo, la reconciliación «será imposible. Hay tal cantidad de presos y de víctimas que requerirá un esfuerzo gigantesco».
Lo que tampoco olvidan los profesionales consultados es el papel que tendrán que jugar las diferentes instituciones. Es el caso de Miguel Gutiérrez. El jefe de Psiquiatría de Cruces da una gran importancia al sistema educativo, donde se tiene que dar un cambio efectivo para que la llamada normalización sea real. «En estos momentos -afirma-, no se está educando en la integración». El sociólogo Elzo destaca la importancia que pueden tener la Iglesia o la Universidad para ir avanzando hacia la reconciliación.
Otra violencia
Pero mientras la declaración lanzada ayer por ETA se materializa en algo concreto, las dudas persisten. «¿Supondrá la extinción de todas las formas de violencia política por parte de esta gente que cree que tienen derecho a insultar, amedrentar, estigmatizar?», se pregunta María Maizkurrena.
La «falta de credibilidad política» -que menciona Miguel Gutiérrez- hace que las dudas llenen la mayoría de las reflexiones expresadas después del anuncio hecho por la organización terrorista. «Aquí nadie se cree nada», asegura el psiquiatra del hospital vizcaíno de Cruces. En su opinión, se tienen que dar «modificaciones estructurales» y «toda una serie de cambios sociales». Por ejemplo, lograr que la «ideología no sea una religión».
Por este camino transita también Andrés Ortiz-Osés. «La política ha ocupado entre nosotros ámbitos que antes ocupaba la religión, y que debería haber ocupado la cultura. La política se ha vuelto intransigente; el que no está con el partido o la camarilla, es un vendido y un traidor. O se cambia de mollera o no hay nada que hacer», afirma el filósofo que imparte clases en la Universidad de Deusto.
«Pero que duda cabe que para los que llevamos escolta, la llegada de la paz será un alivio», reconoce Javier Elzo.