Editorial

Irak, cuarto año

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Ayer se cumplieron tres años que se produjo la invasión de Irak, preparada y ejecutada por los Estados Unidos y algunos socios menores con fuerte oposición internacional y sin aval de las Naciones Unidas. Y se inicia el cuarto año de ocupación en un mar de dificultades y con la extendida convicción de que la gran superpotencia ha cometido el peor de los errores en política: intentar resolver un problema creando otro mucho mayor.

Las razones para ir a la guerra han sido descubiertas, analizadas y valoradas hasta la extenuación y es superfluo reiterarlas. En términos prácticos y cara al futuro hay dos marcos políticos y sociales fuertemente alterados por lo que sucedió entonces: el propiamente norteamericano y el regional, el Oriente Medio sacudido por una violencia incesante y la radicalización de algunos de sus actores.

En el primer escenario basta decir que, con un 37 por ciento de aprobación de su gestión global según la última encuesta, el presidente Bush está en su más baja aprobación y al término del primer año de su segundo mandato es la peor para cualquier presidente desde la II Guerra Mundial. Irak no es el único factor que lo explica, pero contribuye decisivamente y, en todo caso, es aquel por el que será recordado, como lo es todavía Lyndon Johnson por el Vietnam.

Hasta hoy 2.312 soldados norteamericanos han muerto y el número de heridos, muchos de ellos inválidos, multiplica esta cifra por seis. Los gastos, que han dejado en irresponsables cálculos los que hicieron los defensores de la operación, han disparado los déficits presupuestarios a cifras sin precedentes y, lo que es aún peor, no se advierten ganancias geopolíticas ni de seguridad, Al Qaeda ha encontrado una bandera y un escenario y la guerra contra el terrorismo se ha complicado mucho.

El proceso democrático avanza en Irak, pero muy lentamente y sin garantías de éxito, ya han muerto unos 35.000 iraquíes y la temida violencia sectaria entre comunidades ha aparecido y es de difícil control. En tales circunstancias, y esta es la conclusión principal al cabo de tres años, sería suicida retirar las tropas rápidamente. ¿Hasta cuándo la ocupación y para cuándo un principio de normalidad social e institucional en el devastado país? Es imposible contestar a esas razonables preguntas y eso prueba hasta qué punto la guerra ha ido mal, muy mal hasta hoy.