VUELTA DE HOJA

Mucha marcha

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Hay que reconocer que algunas comunidades tienen muy poco en común con otras. Ni en el nivel cultural, que es decisivo, ni en el nivel económico, que es determinante. A pesar de esas notables diferencias, que cada vez se hacen notar más, las autonomías comparten algo muy importante: su gusto por las manifestaciones. Parece que a todos los españoles nos gusta la marcha. En unos sitios porque sus habitantes desean ser «de primera» y en otros lugares porque sus pobladores desean que todos los demás sean de segunda.

Eso de agruparse para protestar por algo tiene la ventaja de que se conoce gente nueva, que es la misma que ofrece el adulterio. No es que se hagan extraños compañeros de cama, sino de calle, pero hacen más amena la vida de las ciudades. Generalmente siempre saludamos a los mismos, incluyendo algunos desconocidos, pero en las manifestaciones se saluda a mu-chos más, con la ventaja añadida de que no hay que darles la mano, ya que todos sostienen una pancarta.

Yo he ido a tres en mi no corta vida, que me hubiera permitido asistir a un gran número: allá en el año catapún, cuando Perón nos dio trigo, para mostrar mi gratitud estomacal; cuando el llamado tejerazo, para hacer constar mi convencimiento de que la ciencia política no incluye la técnica de que alguien entre pegando tiros en el Congreso, y la tercera para sumarme a mis queridos paisanos que no creen lógico que un hermoso edificio de la ciudad, en vez de ser museo, esté habitado por un señor solo, al que la mayoría no conoce ni en pintura, ni en fotografía.

Ahora se programan otras. Unos quieren que haya vencedores y vencidos y, como están de luto, no se resignan al match nulo. Otros porque no sa-ben a qué carta quedarse y descartan la Carta Magna. En fin, paciencia y barajar.