ETA divide al PP y al Gobierno
Actualizado: GuardarHasta que no anuncie, si es que lo anuncia, su firme decisión de abandonar el terrorismo, ETA seguirá siendo la misma, una banda con sus inercias, su matonismo criminal y el profundo convencimiento de que ha llegado a su final de trayecto a los cuarenta años de haberlo iniciado. De ahí que su último comunicado no modifique ni la línea del Gobierno ante las perspectivas de un fin de la violencia etarra, ni la estrategia de la oposición popular, en permanente ataque al Gobierno por todas las hipótesis que sugiere el futuro, excepto la de que Rodríguez Zapatero realice un viaje a Canosa, se arrepienta de su política antiterrorista y territorial, regrese al Pacto por las Libertades y se rinda a las tesis de Rajoy, Acebes y Zaplana, que son obviamente las del mismo Aznar.
Está sucediendo en la política española algo que sorprende a amplios sectores de la sociedad y que sólo en el último tramo de la legislatura 1993-96 pudo apreciarse: la incomunicación entre la oposición y el Gobierno, la falta absoluta de diálogo. No entiende el ciudadano que observe la vida pública sin las orejeras de una militancia política doctrinal que el PP se ofrezca a ayudar al Gobierno «para derrotar definitivamente a ETA y sin pagar ningún precio político» sólo si el Gobierno se rinde al PP con sus esperanzas y proyectos.
Da la sensación de que los dirigentes populares piensan que prestar a Zapatero la más mínima colaboración equivaldría a pagarle un precio político, el precio de asumir una realidad que de momento parece entoldada por unas hipótesis que el PP convierte en fuego graneado contra el Gobierno. Y no se trata de una realidad que alboroce a nadie, o a mucha gente, pues ofrece algunos signos inquietantes. Pero al adversario, ni agua, sería un lema que se está abriendo paso en la vida pública.
Ni siquiera merecería la pena prestar atención al último comunicado etarra, en el que la banda habría intentado, o no -¿quién sabe lo que hay en las mentes de ETA!-, colocar a Zapatero en una situación aún más difícil, al apagar rumores sobre una tregua inminente. Pero esa dificultad de su posición no debilita al presidente del Gobierno, quien se juega todo su activo político, a corto y medio plazo, a dos cartas: Euskadi y Cataluña.
Es previsible que en Euskadi se abra hacia el otoño, si no algo antes, una etapa de tregua terrorista y, por lo tanto, de ebullición política. Y durante meses de diálogo, de prenegociaciones institucionales y de bajadas y subidas del optimismo/pesimismo, el Gobierno central sólo hablaría con los partidos, incluida una Batasuna sin apoyo a ETA ni de ETA, sobre el marco legal de convivencia en Euskadi, es decir, sobre la reforma estatutaria, que podría ir un poco más lejos que el estatuto catalán.
Y en Cataluña se jugaría muy poco Zapatero, si ERC regresara, lo que no parece muy probable, al redil estatutario, y se jugaría algo más si, en el último minuto, el PP negase su apoyo en Las Cortes al Estatut. Pero en ese caso, el PP se lo jugaría todo, pues acabaría representando solamente en Cataluña al radicalismo conservador.