Editorial

El futuro de Kosovo

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En un tono formalmente constructivo y bajo una fuerte protección diplomática internacional, delegaciones de albaneses y serbios abrieron ayer en Viena lo que debería ser la negociación final para terminar de una vez con la crisis que ensangrentó el Kosovo, una provincia bajo soberanía serbia y de mayoría albanesa y que aspira a la independencia completa.

La negociación tiene el aval impagable de la experiencia y solvencia profesional y política del ex presidente finlandés Martti Ahtisaari, que, con su currículum de pacificador de éxito en otras latitudes, aceptó ser el mediador en esta crucial etapa, cuyos resultados podrían esperarse, en todo caso, no antes de fin de año si es que hay acuerdo.

Desde el plano de la legalidad internacional y europea, es cierto que Kosovo es una parte de Serbia que, federada a Montenegro, es cuanto queda de la vieja Yugoslavia creada tras la primera guerra mundial, como un reino de serbios y croatas y fragmentada hasta la extinción con las guerras balcánicas de los ochenta y noventa, escenario de algunas de las peores atrocidades vistas en la Europa contemporánea.

Kosovo no fue una excepción: la Serbia del hoy procesado Slobodan Milosevic actuó sin freno para apoyar a los serbios y cometió graves excesos contra la mayoría albanesa y el conflicto subsiguiente causó miles de muertos y desaparecidos. Caído Milosevic por la intervención de la OTAN, la provincia fue puesta en 1999 bajo la protección de la ONU y ese protectorado es el que busca ahora su definitivo status.

La mayoría albanesa -hoy, tras la huida masiva de serbios amedrentados, el noventa por ciento de los dos millones de habitantes- no acepta nada que no sea la independencia, tras prometer que no busca su anexión por Albania y que respetará a sus ciudadanos de cultura serbia bajo los más exigentes parámetros en materia de derechos humanos. Pero su conducta con ellos tras el fin de Milosevic ha dejado mucho que desear.

Los serbios ultras, minoritarios pero activos y con fuerza en el parlamento de Belgrado, se oponen firmemente a la independencia y la mayoría moderada, con el presidente Tadic o el primer ministro Kostunica al frente, aceptan una autonomía y un profundo gobierno local con un vínculo jurídico con Serbia. El desafío es muy grande y no se atisba una salida fácil, hasta el punto de que no es desdeñable la alternativa de prorrogar el statu quo con un autogobierno amplio y pactado por un periodo de tiempo que permita madurar las cosas y pacificar los espíritus.