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El domingo cerró una semana que no guardará en sus recuerdos

A. CARBONELL/CÁDIZ
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No corren buenos tiempos para uno de los baluartes del vestuario cadista. A muy pocos pasaron desaperbidas sus lágrimas tras ser batido por segunda vez el pasado domingo. Sabía que el fallo corría de su parte y que el palo del portero en una falta ha de ser un muro. El domingo cerró una semana que no había sido brillante para el vasco. Unas declaraciones suyas, sacadas de contexto según él, abrían un debate con la afición de por medio. De hecho, el público lo recibió con frialdad a diferencia del calor de otros domingos. «Con mis palabras, mi única meta era que la afición apoyara a muerte al equipo pero veo que un mal intencionado ha querido cambiar el sentido de las mismas», comentaba excusándose el de Sopelana.

Tras el choque, abandonaba Carranza moralmente abatido. Eso sí, el ídolo intacto. Un pequeño se le acercó para pedirle un autógrago a lo que el arquero respondió entregándole una estampa suya sellada con su firma. Actitud elogiable teniendo en cuenta el momento que atraviesa.

Como siempre, Armando habló alto y claro tras encajar siete goles en dos partidos. «Los porteros sienten en solitario la dureza de las derrotas», apuntaba para satisfacción de su poco comprendido gremio.