Torre de babel y lunares
El Festival de Jerez presentó anoche su décima edición convertido en un ejemplo de organización e influencia internacional de un evento flamenco
Actualizado: GuardarCorría el año 1996, cuando la Fundación Teatro Villamarta consiguió hacer realidad la perseguida idea de crear una muestra temática dedicada al baile flamenco y la danza española. Por entonces, nadie podía imaginar la repercusión cultural, económica e internacional del proyecto. Diez años después, personas de más de 40 países de todo el mundo completan casi el cien por cien de las plazas ofertadas en el aspecto formativo y cerca de 70 medios de comunicación de los cinco continentes se han acreditado para informar sobre la muestra que se presentó anoche y arranca el viernes. Gracias a ello, Jerez se convierte en un escaparate mundial donde profesionales, docentes y aficionados conviven, durante más de dos semanas, utilizando el universal lenguaje del baile flamenco.
Aunque son cifras aproximativas, la organización ya anticipa que el número de visitantes a las más de 50 actividades del Festival procura un movimiento económico muy por encima del millón de euros, beneficiando colateralmente al colectivo hostelero con un llenazo. El Festival de Jerez, ya consolidado como una de las citas culturales más importantes que ofrece España, es un extraordinario ejemplo de optimización de los recursos culturales y cómo estos bien orientados suponen la creación de «industria» cuyos frutos comienzan a recogerse. Pero, ¿qué hay detrás de aquella incipiente idea en la que pocos creían?; ¿cuáles han sido las teclas pulsadas para conseguir en sólo una década una reacción internacional con tanta fuerza y repercusión mediática? Veamos.
Todo proyecto tiene un eje central que articula el resto de apartados. Si bien es cierto que el arte flamenco, en su conjunto, se ha universalizado, es cierto que el baile goza de mayor tirón. Primero, porque aglutina todas las disciplinas jondas. Segundo, porque el lenguaje gestual no conoce barreras idiomáticas. Y tercero, porque son miles las academias de baile flamenco repartidas por el planeta; sólo en Tokio hay más que en toda Andalucía.
La posibilidad ofertada a los cursillistas de participar en clases magistrales con los más altos maestros como Matilde Coral, El Güito, José Granero, Grilo o Canales en una ciudad considerada como «cuna del flamenco» pronto comenzó a surtir efecto. Tras dos o tres ediciones, comenzaron a llegar expediciones enteras de europeos, asiáticos y americanos, ávidos de completar su formación. Lo demás llegaría por añadidura.
Marchamo de calidad
Al basamento se le fueron añadiendo otros alicientes de indudable calado. La principal fue la oferta de dos semanas de espectáculos de primerísimo nivel, llenas de estrenos de las grandes figuras como Canales, Sara Baras, Eva Yerbabuena, Manuela Carrasco, Cristina Hoyos o el Ballet Nacional, entre otros.
Así, el proscenio del Villamarta ofrecía cada noche lo mejor del género y en distintas salas adyacentes, una serie de actividades paralelas que completaban la rica oferta. El círculo comenzaba a cerrarse y, cada año, las cifras crecían de forma imparable pulverizando los registros anteriores, tanto de público como de repercusión en los medios. Para lograr estos resultados se utilizaron dos herramientas fundamentales: la difusión por internet y la lógica anticipación del programa para que el personal pudiera ir organizando sus viajes y estancias. Aspecto éste último que siempre ha sido deficitario en las citas flamencas.
Convivencia mundial
Pero había más. Si todo lo reseñado se produce en una ciudad privilegiada para el flamenco, como es Jerez, y en unas fechas en las que la primavera arranca anticipada respecto a otros países, ya me dirán.
Los recursos naturales se unían a los ideados. Junto al aprendizaje con los mejores docentes y el disfrute de las más altas figuras del baile, se ofrecían bodegas, caballos, monumentos, peñas flamencas, destinos de interés turístico como la Bahía y la Sierra de Cádiz, la vecina Sevilla... la cuadratura del círculo. Mas hay un ámbito al que no se le suele dar importancia, pero es tan básico como los anteriores: la convivencia entre maestros, alumnos, profesionales... que cada trasnoche, sin ningún prejuicio, se emplean haciendo cada uno lo que sabe en unas juergas flamencas universales que convierten a Jerez en una Torre de Babel con lunares. El viejo sueño de entenderse con un mismo lenguaje ya se venga de Japón, Alemania o Triana.
Ese es el gran resultado, o tal vez el comienzo. Sea como fuere, el Festival de Jerez presentó anoche, batiendo récords de nuevo, su décimo aniversario sin conocerse aún su techo. A partir del viernes... la invitación queda hecha.