Veinte años y un día
Actualizado: GuardarA aquellos Presuntos Implicados que firmaron con RCA en 1986 la edición de su primer disco, el jurado popular acabó condenándolos, por sus claros agravantes de premeditación creativa y alevosía musical, a veinte años y un día de trabajos forzados: dos decenios de vinilos y CDs, viajes, conciertos, clubs, premios, vídeos y promociones que se han saldado con nueve álbumes de estudio y más de tres millones de ejemplares vendidos. Recientemente, a Soledad Jiménez le aprobaron la libertad condicional, como justa recompensa a su buen comportamiento y para que practique por su cuenta y riesgo los arpegios imposibles que pinta cuando quiere con la voz, lejos de las limitaciones formales del grupo.
Tres en acústico, el desenchufado convencional que Presuntos trajo hasta el Villamarta de Jerez el pasado sábado, es una gira de cortesía en toda regla. Con el telón de fondo de una variable lluvia azul, verde o roja, que muda de color según la tonalidad emocional que le imprimen las canciones, el grupo va desgranando las fracciones fundamentales de su discografía, pero desde una perspectiva íntima, privada, no exclusivamente comercial. Han querido decir adiós también con aquellas piezas de su trayectoria que han significado «algo» para ellos, aunque apenas fueran reconocibles por el público más desapegado, porque en su momento sonaron poco en las radios o porque no fueron singles ni de tercera repesca. Juan Luis, Sole y Nacho se alternan sobre las tablas, formulan todas las combinaciones posibles, y vertebran un repertorio heterogéneo, dispar, algo confuso, que mezcla hitos iniciales, como Ser de Agua, con baladas familiares (Mi pequeño tesoro, Luna), éxitos de ventas (Todas las flores, Tenemos que hablar, Gente, Alma de Blues), versiones consolidadas (Fallen), y algunas de sus últimas Postales (Boleros, Amore, Polizón). En total, una veintena larga de canciones, levantadas la mayoría con dos únicos instrumentos, que supieron conmover a los incondicionales del grupo, pero más por lo que la cita tenía de nostalgia antecedida, de adiós presupuesto, de melancólica despedida, que por el espectáculo en sí, un poco caótico, funcional y, a fin de cuentas, bastante frío.
Cerraron con bis forzado a palmas por bulerías, en la mejor tradición jerezana, y Soledad Jiménez se hizo de rogar para satisfacer las demandas de los groupies auténticos, que ya se vestían con la mantilla afligida del luto: Llovió, Guitarra y voz, algún otro vestigio de coleccionista incansable y para casa, que hay que cenar y amenaza aguacero.
Veinte años y un día. Cuatro lustros de pop, soul, blues, bolero, y bossa nova. Catorce discos de platino. Prodigiosa condena ¿Dónde habrá cumplido la suya el ejecutivo lumbrera de Ariola que en 1987 despidió al grupo para contratar a Isabel Pantoja? En fin. Que les vaya bonito.