La escultura hecha joya
Uno de los grandes artistas plásticos del siglo XX, Anthony Caro, presenta su primera colección
Actualizado:Es de esas personas que en lugar de hablar expresan con esculturas lo que quieren decir con palabras, una forma un tanto peculiar de manifestar sus ansias de libertad y de hacerlo mediante la modelación de objetos que después parecen cobrar vida propia. Ha hecho de todo, principalmente escultura, donde es un maestro, pero hace un tiempo le tentaron desde el oficio de la joyería (que también es un arte) para que expresara su gran obra en formato miniatura.
Y el autor de aquellas tentaciones fue Cosme de Barañano, antiguo director del IVAM y, además, amigo personal suyo. Una tarde cuando Sir Anthony Caro exponía su obra en Valencia se atrevió a preguntarle cómo se sentiría él haciendo joyas, a lo que el escultor le respondió que muy contento porque todo lo que significa intentar hacer una cosa nueva le hacía muy feliz.
Y así fue como el gran maestro de la escultura, que nunca en su vida había pensado hacer joyas, se le metió la idea en la cabeza, y como a todos los genios, no paró hasta hacerla realidad. De esto hace ya más de un año y el resultado puede verse estos días en Madrid, en la famosa y tradicional joyería Gassy de la Gran Vía.
Diseños diferentes
Ha desarrollado un puñado de joyas únicas, en forma de colgantes, broches, pendientes y una sortija, que al principio chocan, porque se desmarca de la línea de la joyería tradicional. Trabajadas en oro, plata y acero, Caro ha cambiado el formato clásico de la joya por una estructura propia de cualquiera de sus esculturas pero en miniatura, esa que permite colgar una pieza de arte (un broche) de la solapa de un traje, deslizarse por el lóbulo de la oreja (pendientes) o insertase y encajar en el dedo anular (anillo).
Aunque nunca pensase en hacer joyas ahora está muy satisfecho de los resultados, pese a que los formatos y los materiales sean muy diferentes a los utilizados en las piezas a las que ha dedicado su vida. Su propósito era que la gente se fijara en ellas y lo ha conseguido porque sus joyas no pasan desapercibidas. Llaman la atención tanto por la forma como por el tratamiento de los materiales, pues el oro no brilla ni parece oro y a la plata y al acero le sucede lo mismo.
Todas están a la venta (a partir de 8.000 euros y hasta 30.000, dependiendo de la pieza). El posible comprador sabe que son piezas únicas, esculturas, caprichos de los amantes del arte en general y de la obra de Anthony Caro en particular. También sabe que, seguramente y pese a la agradable experiencia, este escultor octogenario que trabajó con Henri Moore y colaborador de Norman Foster no vuelva a meterse nunca más en el taller del orfebre madrileño Francisco Pacheco, porque como autor de grandes obras dice ser un poco torpe para trabajar con piezas pequeñas.