VOCES DE LA BAHÍA

Mar de Suroeste

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El mar de nuestro suroeste gaditano -el de las playas de Santa María del Mar, de la Victoria, de Cortadura, de El Chato y de Torregorda- es voluble y contradictorio. Cambia de manera permanente las expresiones de su rostro al ritmo de sus continuas alteraciones de ánimo. Y es que, benigno y benévolo, se deja influir demasiado por el ambiente que lo rodea y, de manera más intensa, por la sucesión de las estaciones climatológicas, por los cambios de las luces, por las variaciones de los vientos y, sobre todo, por las lluvias y por las tormentas.

Coqueto, complaciente y perezoso, disfruta exhibiendo sus mejores galas cuando advierte que lo contemplan y, mucho más, cuando se siente acariciado. La zona central, delimitada al Sur por el fuerte de Cortadura y al Norte por los bajos rocosos del Cabezo, está presidida por el airoso Hotel situado sobre el solar que, a principios de siglo, ocupó el histórico Balneario Playa Victoria. Es la playa más concurrida, la más cuidada y la más mimada: fíjense cómo la barren, la limpian y la maquillan, y cómo, de vez en cuando, bordean sus orillas con finas y rubias arenas extraídas de sus entrañas más íntimas. Aunque es cierto que algunas veces se ha desbocado y se ha tragado sin contemplaciones las frágiles y confiadas casetas situadas en sus alrededores, también es verdad que, sobre todo cuando acuden a él familias enteras en busca de descanso y de diversión, este mar se muestra retraído con los que pasean por el límite trasero de la superficie de arena, y amable con los clientes de los bares, restaurantes y chiringuitos situados en el paseo marítimo que lo bordea en toda su longitud.

A medida que nos alejamos hacia el sur, entramos en la playa de Cortadura, un litoral en el que todavía es posible disfrutar de la belleza de un mar cambiante y de unas rubias arenas que propician la meditación y el monólogo interior, sin que nos turben excesivamente los veloces automóviles que circulan por la carretera paralela ni, mucho menos, el evocador, solitario y concurrido, dieciochesco Ventorrillo de El Chato. Si, por el contrario, nos desplazamos hacia el norte, disfrutamos de la Playa de Santa María del Mar, popularmente conocida como la de las Mujeres, una zona a la que, durante todo el año, acuden ardorosos windsurfistas que se funden con las olas y se confunden con el viento.

A pesar de que frecuentemente sufre por el maltrato que le proporcionan sobre todo durante la época estival, uno de sus mayores alicientes sólo lo apreciamos cuando, durante el invierno, desaparece el bullicio y lo dejan tranquilo y solitario. Si nos fijamos con atención, podemos distinguir una amplia acumulación de sonoridades que se prolongan como los acordes de una obertura que repiten varias veces su cadencia suprema. Porque efectivamente, este mar es, sobre todo, musical, posee una amplia gama de melodías diversas que interpreta ajustándolas siempre al rigor de sus estrictos compases.

Es posible que aquí radique el secreto íntimo de la variedad rítmica del habla de los gaditanos, de la eficacia persuasiva de sus oradores más elocuentes, de la brillantez armónica de sus músicos más esclarecidos, de la intensa profundidad de sus cantes más genuinos, de la fina sal de su humor y, especialmente, la clave honda de su sentido dramático de interpretar la vida. Porque éste espacio privilegiado -en el que se armonizan la ciudad y la naturaleza- es el sitio adecuado para pensar, para meditar pero, sobre todo, es el lugar que impone su desmesurada belleza para soñar creando mundos e inventando nuevos tiempos.