LA ROTONDA

Cambio de papeles

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Los políticos catalanes han logrado que todo el país esté pendiente de su Gobierno autonómico. Los andaluces, mientras tanto, parece que andan faltos de autoestima y sobrados de estrategias nacionales. En el primer gran debate sobre la reforma del Estatuto de Andalucía, la palabra que más se escuchó fue Cataluña. Hay complejos y sentimientos de inferioridad que perduran contra toda lógica. Modificar un reglamento regional con 25 años de vigencia puede ser una anécdota en democracias más añejas, pero aquí debería ser una fiesta en verde y blanco, un reconocimiento a los que lucharon en circunstancias más adversas por una Andalucía de primera. La desidia actual por esta reforma se puede achacar a muchos factores, pero no cabe duda de que la obsesión por apellidos como el de Rovira, Mas o Margall no ayuda mucho. Hay formaciones que han justificado su obcecación por un catalanismo trasnochado en que Andalucía no es una isla o que España corre peligro de desvertebrarse. Pero es que España posee unas Cortes Generales que son las encargadas de dirimir estos pleitos y garantizar la unidad patria. El Parlamento de Andalucía es galante y esclavo de los problemas y los anhelos de los andaluces. El presidente de la Junta confía en que el nuevo articulado será un referente para todo el Estado. Suena bien eso de que Andalucía marque la pauta para variar Sólo resta que sus políticos se crean capaces de hacerlo y que apueste de manera decidida por un consenso a cuatro. Ya ha quedado demostrado que pataleos, huidas y exclusiones no son buenos compañeros de camino.