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ETA, sin dudas ni prisa

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Si ETA mantuviese dudas sobre qué hacer con sus armas, si renunciar a ellas y, por lo tanto, a la violencia, o conservarlas para seguir matando o extorsionando o controlando férreamente a su entorno político, ayer no hubieran aparecido algunos medios de comunicación estampando en sus portadas la posibilidad de una tregua terrorista, más o menos inminente, que abra un esperado proceso de paz sobre el que se viene hablando y discutiendo en Euskadi desde el inicio de esta legislatura.

Cuando más refinadas son las fuentes de información -por ejemplo, el CNI-, más seguras se muestran de que ETA lleva tiempo decidida a abandonar las armas, para lo cual promulgará una tregua que debiera ser indefinida y convincente de un momento a otro, que podría ser mañana o a la vuelta del verano. De ahí que el Gobierno y los partidos más directamente implicados en una posible tramitación de la paz recomienden ahora prudencia, serenidad, discreción, control de impulsos, etc., tanto a sí mismos como a los medios.

Tardará seguramente en asomar la paz, entre otras razones porque es difícil saber quienes están en guerra. ETA es un adversario claro, adversario del Estado y de los ciudadanos españoles, vascos mayormente, que no piensan como ella. Pero mientras el Estado se defiende y ataca, mediante la Justicia, las fuerzas policiales, la colaboración internacional y la Ley, los ciudadanos presuntamente en riesgo, y el adverbio presuntamente es aquí un eufemismo, no se sienten en guerra; se sienten más bien como piezas que el terrorismo, tantos centenares de veces, ha cobrado de un tiro en la nuca. Va a hacer ya tres años que ETA no mata, y ese dato se cotiza con fuerza en la bolsa de las hipótesis de paz.

Va a ser todo muy complicado, pues nadie en el mundo abertzale considera que una tregua de ETA, por sincera que fuese, abriría un proceso de normalización. Sabe ETA que, sin armas, sus argumentos languidecerían, y sabe Batasuna que, sin ETA, su bullicio político podría tener rentabilidad electoral, pero no gran peso en la mesa pluripartidista que estudie y debata el futuro político de Euskadi. Y sabe también el nacionalismo democrático que, a partir del cese de la violencia, su gran adversario no será el constitucionalismo sino la proyección electoral de las fuerzas abertzales.

El lehendakari Ibarretxe está a la espera de lo que vaya a suceder y en permanente contacto, como agente social, con el resto de los agentes sociales más concernidos. Pero sabe que ni el Gobierno vasco ni el PNV son verdaderos protagonistas, pues la partida se juega, siempre se ha jugado en las anteriores y frustradas conversaciones de paz, entre la banda y el Gobierno. Ibarretxe quiere ayudar, faltaría menos y, según decía ayer, «estamos empujando», pero no se resistía a recomendar serenidad, especialmente a la hora de trasladar mensajes a la sociedad.

Será largo el camino de la paz, porque, en este supuesto, los nacionalismos democráticos y los abertzales que abracen la democracia van a negociar con presumible dureza y pasión el nuevo marco de convivencia en Euskadi. El fin de ETA augura un frente político abertzale a cuya ambición estatutaria pocos reparos le pondría el nacionalismo del PNV. Desaparecida ETA, su llamado político pasará al cobro algunas facturas que nadie le hubiera aceptado a la banda. Y es muy probable que el constitucionalismo vasco, PP y PSE, presten su consenso a la reforma estatutaria a cambio de su constitucionalidad impecable. El antecedente catalán va a influir mucho en todos los procesos estatutarios.