El portugués
Actualizado: GuardarVende cosas de segunda mano, en la Cruz Verde. Le dicen el Portugués. Aunque a veces, en sus pregones, tiene todo el arte de Cádiz. «Cosa barata tiene el Portugués, qué baratura, criatura, liquidación por fin de temporada». Entre muñecas viejas, disfraces desvencijados, libros amarillentos de dudosa calidad, y otros cachivaches usados mil veces, pasa sus días bajo la lluvia y bajo el sol, en su rinconcito de la plaza. Cuando acaba su jornada recoge junto a la pared su puesto ambulante, tapándolo con una sábana, bien apretadito. Como queriendo molestar lo menos posible. Y de hecho, creo que a casi ninguno de los vecinos nos importa su presencia. Es más, diría que forma parte de nuestra cotidianeidad. Una madre con su hija pequeña pasa por al lado: «Niña, dile hola al Portugués». Supongo que la gente humilde sabe muy bien lo que es buscarse la vida, y sabe que ninguno estamos a salvo de que cualquier día, por un golpe del destino, nos veamos de la noche a la mañana en la calle y sin nada en los bolsillos. Por eso hay un sentimiento tácito de solidaridad circulando en torno al estrafalario puesto que para mí es sobrecogedor.
Alguna noche de lluvia, al entrar en la casapuerta, una voz quedita envuelta en mantas anuncia desde el suelo: «No te asustes, soy el Portugués, es que me he mojado, hace frío». Cuando mi hermana pequeña llega tarde a casa, con sus minifaldas, mirando asustada a todos lados, la tranquiliza: «No te preocupes, chiqui, que no te va a pasar nada mientras yo esté aquí».
Hace unos días que ya no viene a trabajar. Sus cosas han desaparecido. La última vez lo vi con una pareja de municipales, que se encargaban de avisarle de que esa misma noche debía dejar vacío su rincón de la Cruz Verde. Y ha cumplido la orden. Ya no está bajo los arbolitos, junto al antiguo Gavilán, cantiñeando su mercancía. La plaza está un poco mas ordenada, y nuestros corazones tienen un plus de desolación y de impotencia.