LA COLUMNA

Responsables últimos de la tortura

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Métodos de tortura tan sofisticados como los que reflejan las fotos de la cárcel de Abu Ghraib en Irak no los improvisan unos soldados por mucho que sea el odio acumulado contra el enemigo. El caos iraquí posterior a la invasión y la inseguridad provocada por la amenaza permanente de ser víctima de atentados propician la práctica de la venganza, los malos tratos y hasta el sadismo con los prisioneros. Pero rara vez esas prácticas se han llevado a cabo sin la incitación, el consentimiento o la indiferencia de los superiores.

La Casa Blanca rechazó ayer la recomendación del informe de la ONU que pide el cierre de Guantánamo para evitar conductas hacia los prisioneros que equivalen a la tortura. Y ha exigido la apertura de una investigación sobre los abusos en la cárcel de Abu Ghraib. La administración Bush se ha limitado a calificar de «lamentable» la difusión de las imágenes. La intencionada publicación de documentos que tratan de provocar escarnio en los países que respaldaron el ataque a Irak e incitan al odio de los islamistas no debe hacernos olvidar que el castigo a los abusos se ha quedado en algunos ejecutores materiales. Hace tiempo, el vicepresidente Cheney dio orden de localizar y destruir los ejemplares de siete manuales de interrogatorios que circulaban de manera caótica en el Ejército y la Marina de EE UU. Pero esos textos todavía existen. El Manual de conducta interrogatoria llamado Kurbark, de 1963, explica en detalle técnicas coercitivas como mantener al prisionero inmovilizado, privarlo de sueño y aplicarle corriente eléctrica. Y el Human Resource Exploitation Training Manual, de 1983, enseña prácticas similares a las que presuntamente se han producido en Abu Ghraib. Los altos responsable políticos y militares de la ocupación no pueden mostrar su estupefacción ante unas imágenes científicamente preparadas y perfectamente escenificadas. Porque responden a lo que algunos mandos aprendieron en los manuales.