Botellódromos, ¿la solución a qué?
Actualizado: GuardarSegún manifestó hace poco la Consejera de Gobernación, Evangelina Navarro, la futura ley que pretende regular el espinoso asunto del botellón, tiene ya definidos sus aspectos fundamentales, por lo que las sugerencias y aportaciones al texto que vienen realizando los distintos colectivos y asociaciones son consideradas por la Consejera "no sustanciales", y, en consecuencia, determinarán, como mucho, "correcciones de cosas que no van a cambiar la naturaleza de la norma".
Tales aportaciones y sugerencias (que se dice provienen tanto de los propios jóvenes, como de las asociaciones vecinales, el gremio de hostelería, e incluso de la policía) parecen coincidir todas en la conveniencia de habilitar zonas o espacios específicos para la práctica del botellón. En consecuencia, cabe concluir que la futura norma contempla e incluye ya como posible y adecuada dicha medida, bien recogiéndola explícitamente en su articulado o delegando la posibilidad de su puesta en práctica al criterio de los ayuntamientos, que, por cierto, vienen aplicándola ya en muchos casos.
Si nada lo remedia, pues, pronto el botellón, y los jóvenes con él, serán centrifugados por ley fuera del entorno urbano, con destino a zonas de los extrarradios, hacia espacios generalmente desangelados, antiestéticos, despersonalizados, solitarios Es decir, serán convenientemente acomodados en espacios ad hoc, que algunos han llegado a llamar "ciudades de ocio". Dicho en un lenguaje menos encubridor, los jóvenes serán "desterrados" de la ciudad. Esta medida nos recuerda a la que se aplica a esas industrias que, debido al crecimiento de las ciudades quedan emplazadas en un entorno urbano en el que ya resultan molestas o nocivas, por lo que se hace necesario trasladarlas a otros lugares, generalmente situados en la periferia de las ciudades (es decir, casi la no-ciudad) para que continúen desarrollando su actividad sin las consiguientes molestias para los ciudadanos, ya que no es posible suprimirlas.
La persistencia de los efectos adversos del botellón, las quejas de los vecinos afectados, las llamadas de atención de los expertos sobre sus derivaciones y consecuencias, los estragos padecidos por muchos de los propios jóvenes practicantes del botellón , todo ello ha sido sistemáticamente ignorado por las distintas instancias políticas y administrativas a lo largo de estos años. Ante la complejidad del fenómeno y las dificultades para afrontarlo (que no hay que minusvalorar, por supuesto) se ha practicado una política de paños calientes y postergaciones, es decir, una mala política, por acción y omisión. De ahí que, como la misma Consejera opina, el botellón haya dejado de ser una simple moda pasajera para convertirse en una auténtica cultura. Ahora, con la futura ley, se institucionaliza y se eleva a norma de actuación un error largamente incubado al calor de la incapacidad o la falta de voluntad política para buscar soluciones innovadoras.
La eternización de los problemas del botellón, y ahora una iniciativa legislativa que desplaza esos problemas a otros escenarios, están poniendo en evidencia, por tanto, una clara insuficiencia de toda la sociedad ante un aspecto tan elemental, y al mismo tiempo tan importante, como es la socialización y la integración de los jóvenes en la ciudad. "¿Dónde se aprende el civismo?", se preguntaba en cierta ocasión la filósofa y escritora Victoria Camps, concluyendo que es la propia ciudad el mayor elemento generador de civismo. Vivir la ciudad, y no sólo vivir en la ciudad es una experiencia educadora fundamental. Pero hemos cometido el error de limitar la educación de niños y jóvenes a la estancia en los centros educativos, soslayando la articulación de un verdadero proyecto educativo de ciudad. Nos ha costado trascender los muros de la escuela, del instituto, y ahora los jóvenes no encuentran otro modo de vivir la ciudad que maltratarla con la práctica del botellón.
Pero desplazar a los jóvenes, aun a pesar de su consentimiento, a la no-ciudad, es una manera deseducadora y antipedagógica de abordar el fenómeno del botellón. ¿Cómo exigirles luego un comportamiento cívico, cómo reprocharles su desinterés por los valores de una ciudadanía activa, cómo evitar su desafección de los deberes para con los asuntos de la "polis", es decir, la política, cosa que les parece aburrida e irritante según las últimas encuestas?
Parece que la sociedad ha decidido ya que si ellos no quieren estar en la escuela, y nosotros no queremos que estén en la ciudad, la solución consiste en habilitarles un ámbito especial, un mundo propio aparte y sólo para ellos, donde puedan practicar los valores que con tanto ahínco y acierto les hemos transmitido. Al menos allí no molestarán. Y todos contentos.