Zapatero y el Islam
Actualizado: GuardarEl presidente del Gobierno se reunió por primera vez el miércoles con una amplia representación de la Comisión Islámica de España, el organismo que actúa como interlocutor del Gobierno en el desarrollo de los acuerdos de 1992 entre el Estado y esta confesión religiosa. El encuentro ha guardado relación con la crisis entre Oriente y Occidente suscitada por la publicación en Dinamarca de las ya célebres caricaturas , aunque la nota oficial de La Moncloa no haya hecho mención alguna de ello y sí de que ambas partes han examinado el marco normativo vigente para asegurar el pleno disfrute del derecho de libertad religiosa. Paralelamente, el Consejo de Embajadores Árabes en Madrid aplaudía el encuentro en un comunicado remitido a la comisión de Exteriores del Congreso y apoyaba la Alianza de Civilizaciones promovida por Zapatero.
El concepto de la Alianza de Civilizaciones, que ayer recibía también el inesperado aliento de la propia Condoleeza Rice, parece haberse convertido ahora en una útil herramienta diplomática por más que sea un pobre lugar común en el terreno intelectual. Es posible que los enunciados de esta forma de ver las relaciones con otras culturas puedan valer para establecer bases convivenciales e incluso tender puentes entre interlocutores que manifiesten voluntad de entenderse. Pero, de cualquier modo, en estos y en otros encuentros semejantes del jefe del Ejecutivo con minorías religiosas, debería quedar claro que las doctrinas de las diversas confesiones no sólo no han de afectar al proceso legislativo civil sino que sus adeptos tendrán que plegarse escrupulosamente al ordenamiento vigente en España.
El Estado español ha de estar plenamente abierto a quienes acepten tanto el entramado jurídico que se apoya en la Constitución como el aparato ético e intelectual edificado sobre él y que se traduce en una serie de valores colectivos; por el contrario, quienes traten de eludirlos se ubicarán al margen del sistema. En el concreto caso del conflicto que ahora se quiere restañar, no habría estado de más que el presidente hubiese recordado a los líderes religiosos que aquí, en nuestro ámbito europeo y democrático, las caricaturas sobre lo divino y lo humano no reflejan «sentimientos de insulto y odio», puesto que son simples expresiones irónicas de la inteligencia -aunque a veces no lo parezca- y modos legítimos de verter opiniones. Quizá fuera conveniente hablar más claro para que la afabilidad diplomática, que nunca sobra, no dé lugar a equívocos de concepto.