Defensa de los malos humos
Actualizado: GuardarLa restricción del consumo de tabaco ha provocado airadas reacciones en algunos de los fumadores españoles. Estos adictos al tabaco defienden sus malos humos acusando a los fumadores pasivos de intolerancia, macartismo y hasta de inquisidores.
Ciertamente, uno no puede sentir otra cosa que pena por esos fumadores. Da lástima ver a esas criaturas fumando como unos apestados a las puertas de las oficinas con las bajas temperaturas de estos primeros meses del año. Es fácil imaginarse la angustia de los que van a pedir trabajo con guantes para que no se les vean las delatoras marcas de nicotina en los dedos. Resulta tremendo enfrentarse al fin de semana a sabiendas de que no hay cine, ni teatro, que presenciar con una cajetilla en el bolsillo. Debe ser descorazonador llamar en vano a decenas de restaurantes para reservar una mesa en el rincón de fumadores y al final acabar mascando una carne más dura que una suela en una catacumba rodeado de parias. Pero la compasión no debe impedir salir al paso de los abusos.
Un negro futuro aguarda a los colgados del tabaco, que ya preparan sus ligas de resistencia para hacer frente a la cruzada de aire limpio que se les ha venido encima. Y son belicosos. Basta oírlos vociferar las excelencias del veneno que los esclaviza, al tiempo que protestan contra la sociedad que los avasalla. Resultan patéticos en sus argumentos por defender ese sucio hábito, sobre todo cuando apelan a razones culturales. Argüir que el encanto de Casablanca se sostiene en el humo de los cigarrillos de Bogart no deja de ser una memez. Una cosa es que muchos fumadores se iniciaran en el tabaco seducidos por el brillo que provocaban en los ojos de la Bergman los gestos del actor y otra muy distinta que pretendan convencernos de las bondades de los humos que nos hacen tragar para que imitemos a Boggie hasta en su cáncer.
No se ataca a la libertad de nadie prohibiendo fumar en lugares públicos y cerrados. No hay comparación posible con la famosa Ley Seca antialcohólica de los Estados Unidos, otro de los argumentos favoritos de los fumadores, porque no se les quiere obligar a dejar de fumar, sino a que no contaminen a los demás. Un heroinómano o un borracho, si no se meten con nadie, no molestan salvo por el aliento; un fumador sí porque obliga a los demás a compartir sus malos humos. No se puede acusar a una sociedad porque pretenda acotarles sus humos; a ellos, sin embargo, sí se les podría tratar de insolidarios y mal educados. Los fumadores debieran recordar aquellos versos del poeta: «Eres la llama en que ardes / y cuando te enciende más / es cuando vas a apagarte».
Francisco Arias Solís. Cádiz