Pavana para un poeta cubano preso
Actualizado:A mediados del mes de marzo de 2003, el gobierno cubano desató la mayor ola de represión política de las últimas décadas. Fueron detenidos más de cien pacíficos disidentes y setenta y cinco de ellos condenados a penas de entre 20 y 28 años. Economistas, periodistas, intelectuales, poetas fueron víctimas de juicios sumarísimos en los cuales, los abogados defensores apenas tuvieron unas horas para charlar con los acusados. A éstos se les atribuyó «realizar actividades subversivas encaminadas a afectar la independencia e integridad territorial de Cuba». Es decir, una metáfora de la nada, un vil argumento contra la verdad. Conseguía así, el sátrapa comandante acallar la voces más independientes y atrevidas de esta hermosa isla, a la que su insidia ha convertido en un paraíso del silencio y del miedo. Los presos fueron trasladados a celdas de aislamiento en zonas de alto castigo, donde las condiciones de habitabilidad resultan infrahumanas y humillantes. Desde aquella mal llamada «primavera negra», tan solo quince personas han salido de prisión. El resto, está próximo a cumplir su tercer año de injusto confinamiento.
El pasado 18 de enero, tuve la oportunidad de asistir, en la sede de la Fundación Hispano Cubana de Madrid, a la presentación del poemario de Ricardo González Alfonso, Historia sangrada. Ofició de presentador su buen amigo, también poeta y periodista como él -y compañero hasta hace ocho meses en la misma cárcel-, Raúl Rivero. Antes de abrir el acto, el escritor cubano Orlando Fondevila dio lectura al correo electrónico que Alida de Jesús, esposa de Ricardo González Alfonso, había hecho llegar esa misma mañana. Guardó la copia del mismo entre las páginas de su reciente poemario: «Ricardo se recupera de una tercera intervención quirúrgica, donde comenzó con hipertensión arterial ( ) Lo intervinieron el día 13 de enero, y antes los días 2 y 18 de diciembre. Se encuentra en periodo de recuperación y no puede levantar pesos durante 2 meses por pequeños que sean...». Tristes y conmovedoras palabras que no hacen sino alentar la sensación de impotencia que produce tan desasosegante testimonio. Ricardo González Alfonso es el presidente de la Sociedad de periodistas Manuel Márquez Sterling y fundador-director de la revista De Cuba. Trabajador incansable, nunca renunció a ninguna tarea que pudiera servir para sacar adelante a su mujer y a sus dos hijos -ahora con 14 y 8 años-; y para ello ha sido desde guionista de televisión hasta vendedor de maníes en su propia bicicleta. Pero en la actualidad, su mejor defensa -y su mejor antídoto contra tan cruel disparate- es la poesía. Esta Historia sangrada, que ha editado la propia Fundación Hispano Cubana, recoge textos escritos dentro y fuera de prisión. Raúl Rivero anota en su prefacio que se trata de «un poeta que se vale de la fuerza lúdica del lenguaje para que el mensaje final no sea ni una convocatoria a la rebeldía, ni una proposición al abandono de la esperanza». Y en verdad sorprende, que en semejantes circunstancias, el escritor cubano destile un humor tan fino, un verso tan sobrio, un decir, en suma, tan pleno de cálidas soledades. De su Decálogo del sobreviviente, salen irónicas instrucciones como éstas: «Opte por la sima/ no por la cima:/ si aspira/ expira» o «No comprenda,/ defienda/: si indaga /¿daga!». Su entorno, sus gentes, su insobornable origen, le provocan esa eterna contradicción del que se siente amante de su tierra, pero a su vez involuntario prisionero: «Cuba, quizás es un caimán de pergamino/ una ínsula/ o la última pesadilla de Dios ( ) Cuba es un milagro/ muerto,/ que en cualquier instante/ -entre lo fatídico y lo fétido-/ se levanta y anda».
Veinte años es la condena impuesta por «el Gobierno más democrático del mundo», en palabras del camarada Castro. Quiera la cordura que tanto él como sus compañeros de prisión vean la luz y la libertad lo más pronto posible: « porque amar y crear/ son los oficios/ más dignos/ del ser humano,/ abro mis páginas/ abrazo el mundo/ siento el amor/ amo/ y creo».
Ánimo y valor, Ricardo, amigo mío.