Editorial

Las víctimas, protagonistas

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Las víctimas del terrorismo, tanto tiempo postergadas por las instituciones, han ido cobrando protagonismo a medida que la sociedad española ha ido madurando sus propias convicciones democráticas y metabolizando la sinrazón de la actividad terrorista, que por definición es la agresión más perversa que pueda imaginarse contra la sociedad civil, contra la ciudadanía e incluso para el logro de objetivos políticos que desde el mismo momento en que son defendidos por este medio pierden cualquier atisbo de legitimidad. Desde ayer, el Congreso de Víctimas del Terrorismo de todo el mundo, presidido por los Príncipes de Asturias, el tercero que se celebra tras los de Madrid y Bogotá y que reúne a víctimas españolas de ETA pero también del GRAPO y del 11-M, así como a representantes de las víctimas de los grandes atentados islamistas del 11-S y del 7-J, está reunido en Valencia para estudiar diversos aspectos de su propia organización, su función asistencial y especialmente de su papel político, que aunque pueda estar al margen de opciones ideológicas concretas es, evidentemente, muy relevante en el frente del liderazgo social.

Las víctimas del terrorismo representan la vanguardia democrática que se ha opuesto al delirio homicida y destructor de los asesinos y sus cómplices, y han pagado por ello un alto precio. Ese mérito objetivo obliga a todos los demócratas a que las políticas antiterroristas y de pacificación tengan en cuenta su debido resarcimiento, cuando menos moral. Y ello es así hasta el extremo de que la actitud, el juicio, de las víctimas se convierte en la punta de lanza de la voluntad colectiva y en la piedra de toque de las políticas gubernamentales. Desafortunadamente, este relieve de las víctimas ha excitado la codicia de unas fuerzas políticas que han tratado, y tratan, de ganarse su voluntad para obtener réditos electorales. Este forcejeo está en la naturaleza de las cosas y es irremediable, pero la forma de obviarlo no consiste en que el Gobierno o la oposición se desentiendan de ellas sino en que rivalicen en atenderlas. En consecuencia, es muy poco coherente que el presidente del Gobierno, que acaba de anunciar crípticamente «el principio del fin de la violencia», decline participar en el Congreso valenciano cuando sectores de las víctimas, arropadas en este caso por la oposición, declaran su temor a que ese mismo Ejecutivo, con tal de conseguir la paz, haga dejación de su responsabilidad y de sus principios frente al terrorismo etarra y sus círculos de influencia política. Para desmentir esta sospecha, a la que el Gobierno socialista niega todo fundamento, el camino más corto sería sin duda la presencia de Rodríguez Zapatero mañana en la clausura del Congreso, acto en el que sustituiría con indiscutible ventaja al ministro del Interior.