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Una reiterada falta de escrúpulos

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En la Guardia Civil aún se acuerdan de un buzo de San Fernando que llegó a acumular en su casa cientos de ánforas romanas. Tras años de expolios, fue descubierto. «En estos casos siempre se abre la polémica. Si no se pueden tocar los restos, estas personas argumentan siempre por qué el Estado no los extrae y los protege», decía el responsable del Seprona.

En el caso de las organizaciones, «lo que existe es una falta de ética profesional, investigadores sin escrúpulos». Estos mercenarios de la historia son reincidentes, están equipados con la más alta tecnología y suelen estar entre los 35 y los 45 años.

Las bandas son internacionales porque reclutan a los mejores en sus respectivos puestos. En el caso de los buceadores, la Guardia Civil ha detectado como estos entramados se nutren de antiguos militares y profesionales de las actividades subacuáticas.

Los medios básicos que utilizan, entre otros, son los sónar para detectar piezas, los magnetómetros que miden los campos magnéticos o las dragas para extraer arena. En el caso del Louisa, el laboratorio incluía una cámara hiperbárica para la descomprensión de los buzos.

El uso de armas, como los rifles de asalto requisados en la última operación, son muestras de una gran profesionalidad. «Hay muchos competidores y las piezas que extraen son muy valiosas». En el mercado negro, un ánfora puede costar unos 3.000 euros, dependiendo del estado de conservación y su antigüedad.

Otro rasgo distintivo de estas bandas es su trabajo meticuloso, que les obliga a ralentizar sus expediciones, que siempre tienen como antesala el trabajo de investigación sobre mapas y archivos antiguos. «Les da igual tardar más o menos en sacar las piezas». Detrás de ellos, siempre hay patronos que financian las operaciones y que, gracias a los contactos, les facilitan el camino hacia el tesoro.