Nostalgia del Carnaval
Actualizado: GuardarSi se han pasado ustedes por la exposición sobre el Carnaval que estos días se exhibe en la Diputación, tal vez hayan ustedes experimentado, como yo, una sensación agridulce, el cosquilleo entre meloso y molesto de la nostalgia. No es verdad que cualquier tiempo pasado fuera necesariamente mejor, pero engrandecido por los recuerdos y, en este caso concreto, amplificado por las fotografías y la memorabilia, lo parece.
Aunque para sobrevivir tuviera que ponerse la careta de Fiestas Típicas, éste es el carnaval que forma gran parte de la exposición, el carnaval del despegue de los años sesenta, de las reinas de rancio abolengo y probadas virtudes nacionalcatólicas y las caídas desde lo alto de las carrozas, de los chaparrones a destiempo y las imágenes del No-Do, de las majorettes de Montpellier (que hoy ya no parecen tan jamonas, o los cánones de belleza van por otros derroteros) y aquel batallón infantil que ahora da un poco de repelús, de los carteles inocuos pero coloristas y los rostros populares que ya son desconocidos aunque en su momento hicieran correr ríos de tinta: un carnaval que parece más carnaval en blanco y negro, y en esas fotos para la posteridad se recuerdan tiempos que uno imagina más felices, aunque no lo fueran, apuros y crispaciones que dejamos atrás todos, el momento de la serena exploración de la comparsa, el ostracismo de los coros y la mordaza de las chirigotas. Es el carnaval que han atesorado los entusiastas, el carnaval casi ante-diluviano, es decir, el carnaval previo a la llegada de la democracia, el regreso natural a febrero y las fotos en color. En efecto, me dicen que la exposición se ha hecho con la colaboración de coleccionistas y particulares, y en esa labor de recuperación arqueológica de nuestro pasado común queda claro que ese pasado dejó de ser nuestro solo desde que compartimos pan y papelillos, cerveza y serpentinas con la televisión: todo lo que nos llama la atención del carnaval más antiguo (carteles, fotografías, gramolas, discos, programas de bailes, antifaces) se simplifica luego a libros o libretos, a reproducciones de esos carteles más recientes que nunca nos han gustado ya a ninguno (extraño es que todavía no haya puesto nadie a parir al de este año), quizá porque ya no valoramos lo inmediato y no nos damos cuenta de que el tiempo corre que se las pela, y sin duda porque coleccionar objetos de carnaval se reduce, hoy, olvidados los discos de vinilo que sonaban a hueco y los casetes de El Melli, a descargarnos en MP3 las actuaciones, intentar que no se nos desmagneticen las grabaciones en video de las finales del Falla y, si acaso, en conservar las letrillas de las agrupaciones ilegales por medio de sus incunables en forma de libretos.
Aunque se echa en falta un catálogo que se vendería como rosquillas, aunque falten pies de fotos explicativos para los foráneos, aunque haya algún error en las fotografías (confundir a Los Morancos con los dos hermanos que les hicieron de dobles cuando el cortejo del pregón, una humorada que repite aquí el error de la exposición de Trafalgar y el barquito velero de Pérez Reverte), o alguna omisión que hace daño (una de las fotos anuncia a los cantantes Víctor Manuel y Ana Belén pero se ignora que entre ellos está posando, señores, nada menos que El Masa) esta exposición es un pasito más hacia el Museo del Carnaval que la ciudad y los aficionados están demandando desde hace siglos. Está comprobado que, a falta de fijar de una vez por todas el sitio, hay material de sobra que ir recopilando (y el que aparecerá si, en efecto, hubiera un depósito donde ir entregando todos esos pequeños tesoros).
La nostalgia de los carnavales pasados se acentúa cuando uno contempla aquel gigantesco Sopa con su indumentaria de Hombre del Mar en medio de San Juan de Dios, una suerte de coloso de la Caleta que, de niño, me daba algo de miedo y hoy me produce una sonrisa de añoranza. Aquellos exornos de cartón piedra, aquellos gigantescos dioses paganos que asomaban a las Puertas de Tierra, aquel templete japonés con que soñaba cercar todo San Antonio Manolo González Piñero hoy parece que son apenas cuatro bombillas multiusos de quita y pon y una docena de tablaos colocados en sitios donde cierran el paso y la visión no es muy buena. ¿Quién creyó que de nuestras cosas pasadas no tendríamos ahora que seguir aprendiendo precisamente en una fiesta que se precia de tradicional e innovadora al mismo tiempo?