A nuestro aire
Actualizado:A la ministra de Medio Ambiente, que tampoco da una medida superior a la media, se le ha ocurrido que hay que desterrar el coche de las ciudades. No se sabe si quiere que a todos nos lleven como a ella, si aspira a que sólo se vendan coches oficiales o si tiene algo personal contra los óxidos de nitrógeno, pero lo cierto es que van a prohibir la entrada de los vehículos contaminantes en centros históricos. Menos mal que va para largo, porque la incierta norma, plagiada de las ciudades europeas que gozan de superiores niveles de respiración, entrará en vigor dentro de un par de años, cuando haya nuevos coches y nuevos ministros.
El fanatismo sería más tolerable si se restringiera a cuestiones religiosas, pero se contagia a cualquier parcela de la vida social, que sólo Robinson Crousoe pudo evadir. Los ayatolás se han impuesto hasta en las comunidades de vecinos. Muchos estaríamos dispuestos a obedecer a los que ordenan y mandan si mandasen y ordenaran bien. No es el caso. Los hay que cuando les piden un autógrafo firman con una de las patas de atrás.
Hemos llegado a un punto en el que los dos partidos mayoritarios se llevan como los suníes y los chiíes, pero no se distingue muy bien quienes son los unos y los otros porque ambos llevan los turbantes por dentro de las cabezas. Quizá sea cierto eso de que los ateos son muy aburridos porque siempre están hablando de Dios, pero hay que reconocer que hacen menos proselitismo que los creyentes y ponen menos empeño en convencer a otros de sus descreencias. Tampoco se registran manifestaciones de agnósticos vociferantes. La culpa de que el aire se esté volviendo irrespirable es de los que están convencidísimos de lo que sea. No nos dan un respiro.