... «Y un florero de jardín»
Actualizado: GuardarEspirales de dulce y enérgica rabia contenida planeaban en la noche del viernes sobre las cabezas de una multitud de jóvenes que acompañaban a coro poemas de desengaño. Un escenario donde faltaban cervezas y todos se quedaron con ganas de más. El aire bohemio, gamberro y una la euforia rebosante llenaron la Central Lechera durante algo más de una hora, en la que Albertucho gritó al público con una voz desgarradora su percepción hiriente y cristalina del mundo.
«Basura...al la que le salen flores», entonaba el sevillano para cantarle a su generación, la que sigue en pie, aprieta los puños y cierra los ojos porque no le gusta lo que ve. Versos antibelicistas (Matanza de Almas), declaraciones de amor, escepticismo ante el futuro y cuentos de cerebros alienados, enjaulados «en el país de los televisores», navegaron con furia a través de melodías de rock sureño. De la dureza, fruto del bagaje y la mala vida presente en Extremoduro, a la ternura facilona de Antonio Orozco, pasando por los quejíos rumberos de los Estopa o incluso el toque setentero del pop-rock internacional.
Debajo de toda la miscelánea de referentes -algunos más comerciales que otros-, existe algo en él que le otorga una personalidad inequívoca y lo aleja de los trovadores y poetas de elite para leer las emociones de aquellos jóvenes que han vivido la barbarie y las limitaciones contemporáneas, abandonando la nostalgia de la dictadura que algunos todavía siguen empeñados en desempolvar.
Albertucho ya no proyecta su queja a estudiantes atrincherados, le canta a todos aquellos que a pesar de vivir en una sociedad llena de comodidades, no ignoran lo que ocurre a su alrededor y olvidan el pasado para no dejarse manipular por el presente.
Que se callen los profetas, que daba título a su anterior disco, El ángel de la guarda o El pisito fueron algunos de los temas mejor acogidos en una actuación que comenzó con fuerza y no decayó en ningún momento, ni siquiera a causa del halo sentimental que invadió las tablas de la sala cuando -a media luz-, el cantautor interpretó unos versos en recuerdo de su abuelo fallecido.
Compenetrado con sus admiradores, Albertucho nunca abandonó la actitud de sentirse uno más de ellos, evitando los halagos con espontaneidad y desdén, no sin ser vulgar en alguna ocasión. El ritmo frenético de la caja y la apasionada vibración de la segunda guitarra dibujaron un concierto redondo que, sin embargo, para satisfacción de un público hiperactivo, no terminó en la última canción anotada a los pies del sevillano.
La ansiada repetición de El pisito «...en mi cuarto el mundo entero y un florero de jardín...», seguida de una animada rumba pusieron fin a la primera parada de una pequeña gira que continuó ayer en Ceuta y que concluye esta tarde en El Palmar. Un artista necesario, que con la humildad que requiere el papel que él ha elegido, sabe construir y expresar la antítesis entre la tranquila reivindicación y la rabia rebelde, divertida y gamberra que mana de la impotencia ante lo injusto.