La Viña acata con resignación las molestias de las obras
Los vecinos se quejan del ruido, el polvo y la abundancia de los trabajos, pero admiten que se busca la mejora del barrio
Actualizado: GuardarCon resignación, más que cristiana, contemporánea. Así es como se toman los vecinos de La Viña el rosario de obras que invade el barrio y que se ha colado en la convivencia diaria.
En contraste con la calle, la iglesia de La Palma luce silenciosa, casi mística. Dentro, tal vez por lo temprano de la hora y porque no es día de culto, tan sólo un hombre en actitud de recogimiento.
Afuera, en la calle Virgen de la Palma es mediodía y el barrio ya está en plena ebullición. Tres mujeres armadas con fregonas y escobas charlan en la acera. Las tres son vecinas del barrio y aseguran, cuando se les pregunta, que sí, que las obras molestan, pero «¿qué se le va a hacer?». ¿El polvo? «Pues se limpia». ¿Y el ruido? Y se encogen de hombros. Pero ante las fotos, rápidamente contestan: «no, no». Y el grupo se disuelve .
Este barrio castizo como pocos se ha acostumbrado no sólo a convivir con los olores de los aislantes, el polvillo de las excavadoras y el ruido de los taladros. También con los numerosos obreros que trabajan en estas obras de mejora y de construcción de nuevos edificios. Algunos ya se han integrado entre los parroquianos de los bares más típicos de La Viña, como el del Manteca. Allí, su dueño, José Ruiz Calderón -conocido en todo Cádiz como Pepe El Manteca- comenta con sorna que las obras son como «cuando tú te quieres hacer un traje. Tienes que ir dos veces al sastre y a veces, a la hora de la siesta».
Algunos de sus clientes, que ya parecen de la familia, asienten. Pero su hijo, Tomás, va más allá: «Los obreros trabajan bien y rápido. Los de Aguas de Cádiz abrieron esto en dos días y ahora nos ha quedado una acera muy bonita». Los demás están de acuerdo, aunque todos admiten que a veces el ruido ha sido un compañero difícil de llevar.
Mucho menos paciente se muestra un joven del barrio, que circula con su motocicleta. «Esto es un co...», resuelve. «¿No podían haberlo hecho todo a la vez?», se pregunta.También se queja el carnicero de la calle Pericón de Cádiz. «Llevamos demasiado tiempo con las obras», relata mientras atiende el pedido de una clienta. «En la calle Cristo de la Misericordia, aquí enfrente, se han tirado ocho meses para arreglar las aceras y el alcantarillado».
Al otro lado del tabique, otro de los comerciantes vuelve a encogerse de hombros. «De todas formas, hay que aguantarse», resume. «Yo vivo aquí cerca, en la esquina y a veces no puedo dormir, pero...»
A otros las obras le han servido de distracción. En Pericón de Cádiz con Lubet, en un solar donde se prepara una edificiación, dos obreros aplican, protegidos como pueden, capas de aislante. Una mujer pregunta: «¿Y qué es eso, hijo?» mientras otro jubilado contempla la escena con deleite. Una figura arraigada en el imaginario español -la del mirón de obras- que ha sido popularizada hasta en algún anuncio de la televisión.
En otras partes de La Viña que ya han sufrido modificaciones, los comerciantes se muestran tranquilos, como una mujer de una frutería, en la calle de La Rosa. La pesadilla terminó y ahora el pavimento luce nuevo.
A medida que uno se aleja del epicentro de este barrio, de la Iglesia de La Palma, vuelve la tranquilidad al ambiente. Tan sólo la rompe un reguetón, que sale, apabullante, de una de las viviendas de la calle Profesor Alcina Quesada. Pero en la plaza Macías Rete todo vuelve a la normalidad, al silencio añorado por algunos. Al fin y al cabo, se trata de que todo cambie para que todo siga igual.