Optimismo, pesimismo y manipulación
Actualizado: GuardarEl Alto Comisionado de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo dijo ayer en el Forum Nueva Economía que no comparte el optimismo de Rodríguez Zapatero sobre el final de ETA. Para Peces Barba, el fin de la violencia está más lejos que cerca, el proceso, si se inicia, será largo y duro y el Gobierno no podrá pagar ningún precio político. Asegura que los hechos relacionados con la banda terrorista le resultan tozudos por la continua colocación de artefactos explosivos, así como por la práctica del chantaje al empresariado vasco mediante el denominado impuesto revolucionario.
Hay que entender que los mensajes de los más altos responsables políticos hagan periódicas inmersiones en el optimismo si se encuentran en el poder o en el pesimismo si están en la oposición. Pero no se puede permanecer indefinidamente en la exultación profesionalizada de los que ven brillar las estrellas en lo más oscuro de un sótano ni en el catastrofismo de oficio de los que ven negro hasta el arco iris. Tan irracional es el «todo marcha inmejorablemente en el mejor de los mundos posibles», como hacía decir Voltaire al doctor Pangloss en Candide, burlándose de las optimistas doctrinas de Leibnitz, como pasarse al otro extremo y decir, como Girardin que «de todos los presagios siniestros, el más grave, el más infalible es el optimismo».
No se debe decir como Rubén Darío en su Salutación del optimista: «Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros. ¿Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!», después de haber proclamado: «Abominad la boca que predice desgracias eternas, abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos». El optimista cree que vivimos en el mejor mundo posible; el pesimista teme que eso sea verdad. Ni lo uno ni lo otro. Por eso, debería estar subvencionado ser pesimista sin causa y optimista sin razón: porque está comprobado que lo contrario -pesimista sin razón y optimista sin causa- está bien pagado con honores o con cargo al presupuesto.