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La ira

JOSÉ LUIS PEÑALVA/
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Es la primera vez en estos años que Europa aparece como blanco exclusivo de las iras del mundo islámico. Es la primera vez que EE UU se dedica a observar y valorar lo que ocurre, como realmente ajeno. Y lo es en este contexto, aunque no lo sea históricamente. Lo que no alcanzo a comprender es que la misma ira alcance a un señor en Indonesia que al del barrio de La Viña en Cádiz, que probablemente sepa de los musulmanes que no comen carne de cerdo y, en consecuencia, odian el jamón, tampoco beben vino porque repugnan el alcohol y pueden, sin embargo, tener varias mujeres. Aunque esto último no haya quedado nada claro después de que un ciudadano árabe tuviese que ser internado el otro día en un hospital siquiátrico, obligado a hacer frente de manera simultánea a cuatro damas que le habían sido adjudicadas por padre y madre. El trato equitativo que exige el Corán para estas parejas numerosas no parece sea contemplado desde la perspectiva del macho, quien, ante tanto afán, se vino abajo y pilló una depresión de caballo.

Todas las realidades poseen interpretaciones diversas. Y el protagonismo que hoy nos toca a los europeos no es precisamente bueno. Tengo un amigo musulmán que tan sólo come carne musulmana, esto es, dada muerte por un carnicero que siga escrupulosamente las indicaciones del libro sagrado respecto al sacrificio de las reses. Y eso no es malo de suyo. Se me hace más difícil entender que desde su confortable piso en Sopelana con vistas al mar haya aceptado religiosamente el boicot a los productos daneses y el sábado vaya a acudir a una manifestación de protesta. Pero también tengo otro amigo que siempre pensó que al emigrante y al gorrión mano dura y perdigón y, desde antes de Navidad, no consume productos catalanes. Ambas cosas me perecen malas de suyo. El cristiano recibió la recomendación de su abstinencia a través de un SMS, al igual que el moro, quien también fue avisado de su obligación por teléfono móvil y arrastrado por el mismo medio al estrangulamiento planetario de Europa. Con un mensaje adicional: «permanece alerta». Ambas actitudes, proviniendo de círculos que me son próximos y que debería entender, me dan miedo. Ambos comportamientos me producen una preocupación que me hace difícil conciliar el sueño de la Alianza de Civilizaciones. Como si detrás de la indeseada publicación de las caricaturas de Mahoma, el espíritu estuviera presto a saltar. De ahí que no me parezca propio simplificar la actitud musulmana hacia los europeos, sin considerar sus consecuencias. Estas cosas no van a con contribuir a su integración como sería mi deseo. Creo que a este banco le falta una pata.