Tres cuartas partes del cuerpo
El agua es el principal componente de nuestro organismo, interviene en muchos procesos metabólicos y de su adecuado manejo dependen gran cantidad de aspectos de nuestra salud
Actualizado:El porcentaje de agua que conforma nuestro organismo varía dependiendo de la edad e incluso del sexo. Es especialmente alto durante los primeros años de vida, cuando puede alcanzar el 75%. Después, se va reduciendo hasta bajar al 60% en la etapa adulta y al 50%, e incluso menos, en los ancianos.
El agua corporal se distribuye en determinados compartimentos que pueden ser de dos tipos: intracelulares y extracelulares. El líquido intracelular es el conjunto de fluidos celulares, que son una cantidad considerable, contenidos por las membranas de cada célula, que pueden modificar esa cantidad gracias a la acción de diversas bombas o mecanismos de transporte activos y pasivos. El agua extracelular se distribuye por el espacio que queda entre los vasos sanguíneos y la zona intersticial, presente en todos los tejidos. Entre todos esos espacios, se da un tránsito continuo de agua, aunque casi nunca de forma libre o anárquica.
Las retenciones
El sodio, por ejemplo, retiene el agua fuera del espacio celular, es decir, en el intersticial y vascular. Cuando se produce una sobrecarga de sodio en el organismo, se da una retención de agua en el espacio extracelular. Si baja el nivel de sodio, puede asociarse a un paso de agua hacia dentro de la célula y aparecer el llamado edema celular.
El líquido elemento también tiende a estar retenido en el espacio vascular gracias a las propiedades de las paredes de los vasos -sobre todo, del endotelio- y a las proteínas. Cuando disminuyen estas últimas, se produce una salida de agua hacia el espacio intersticial, que aumenta si el endotelio sufre algún tipo de disfunción.
El agua es obtenida por el organismo principalmente a través de la dieta, mediante los líquidos ingeridos o por estar incluida en los propios alimentos, ya que todos tienen un porcentaje mayor o menor de este elemento. Es absorbida en el intestino, principalmente en el colon, donde el contenido fecal es compactado.
Habitualmente, una ingesta diaria de litro y medio a dos litros puede ser suficiente, ya que el organismo puede obtener agua también a partir del metabolismo interno, concretamente de los ciclos metabólicos implicados en la generación de energía e hidrólisis de nutrientes, por ejemplo, los hidratos de carbono.
Las pérdidas
El organismo pierde agua cada día, sobre todo a través de la orina, donde este líquido actúa de diluyente para la eliminación de toxinas. Asimismo, tienen lugar pérdidas insensibles, que se producen por mecanismos de evaporación a través de la piel y la respiración. Estas últimas intervienen en la termorregulación. La eliminación del agua a través de la orina es controlada por el organismo mediante un juego de sistemas hormonales -intervienen las glándulas suprarrenales, el sistema nervioso central y el propio riñón, muy relacionado con el manejo del sodio-, generando una orina que puede ser diluida o, por el contrario, concentrada. Las pérdidas por evaporación a través de la piel dependen de la superficie y de la temperatura corporal. Llegan a ser importantes en circunstancias de fiebre u obesidad.
El agua interviene en muchos procesos metabólicos, habitualmente hidroxilando, es decir, incorporándose a otras moléculas. También actúa como diluyente en todos los fluidos corporales, desde la orina hasta la sangre. En el caso de ésta última, sirve para facilitar su tránsito por todos los sistemas capilares y por los mecanismos de intercambio. Ayuda a mantener la tensión arterial, principalmente cuando es contenida de forma adecuada fuera del espacio intracelular -gracias al sodio- y, sobre todo, dentro del espacio vascular.
La deshidratación es una situación de hipovolemia absoluta que se traduce en un descenso en la emisión de orina, que adquiere un aspecto concentrado. Aparece también la sed, como mecanismo de defensa activado por el sistema nervioso central, así como una deshidratación de las mucosas. La lengua se vuelve áspera y rugosa y disminuye la suavidad de la piel. La tensión arterial puede sufrir oscilaciones y, si el déficit se agrava, la tensión disminuye y aumenta la frecuencia cardíaca. Ese descenso de la tensión puede llegar incluso a un colapso si la deshidratación es grave.