A mano armada
Actualizado:2500 gaditanos en El Madrigal. ¿Qué duro titular! A diferencia de lo ocurrido hace quince días en la capital del reino, esa ruidosa hinchada cadista no era, muy a su pesar, la que acude cada dos domingos al nuevo Carranza. Algún político no debió conciliar el sueño tras leer que, pese a los datos oficiales sobre el descenso del paro en Cádiz, no uno ni dos sino dos mil quinientos eran los seguidores del Cádiz que, por motivos laborales, se acercaron al duelo de los submarinos amarillos en la ciudad de los azulejos. Y en esa reflexión estaba cuando llegó el de siempre para robarnos tres puntos que pueden suponer, tal y como están las cosas, la permanencia o el descenso de categoría. Rafita Guerrero, aburrido bedel de un colegio de León, es de los que lleva a gala que la vergüenza de confesar el primer error te hace cometer otros muchos. Y es de los que, Reina por un día, llena su Ego de protagonismo cada vez que tiene ocasión, dada la permisividad de los ineptos que deberían cortar sus desmadres desde Madrid. En casi todos los encuentros hay jugadas polémicas, pero no es lo mismo no pitar un penalti dudoso en el minuto 20 que anular un gol decisivo, inicialmente concedido, en el tiempo de descuento y a instancias, al parecer, del comentario de un cámara de televisión o de un integrante del banquillo del Villareal. Lo que pasa es que tampoco es los mismo expulsar a Ronaldinho por méritos propios que robarle tres puntos a un equipo con poco o ningún peso en la Federación Española. Para ser definitivamente un equipo grande es fundamental mentalizarse de ello, y eso no se consigue acomplejándonos ante la visita en Copa del Rey de los suplentes de un equipo que, sin la decisión de ayer, tendría los mismos puntos del Cádiz.
Llamo a la insumisión. Vamos a dejarnos de tantos recursos por la tarjeta amarilla, que lo que hay que hacer es pegar dos puñetazos bien dados en la oportuna mesa de Madrid. Y la afición, el próximo sábado, que reciba al trío arbitral como si fuera el de El Madrigal. Ya verán como «in dubio, pro Cádiz». Y al desvergonzado linier, recordarle que el primer castigo del culpable es que jamás será absuelto por su conciencia.