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PAGO DEL HUMO

Caricatura y muerte

JOSÉ Mª GARCÍA LÓPEZ/
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La criatura humana ha tenido la suerte (buena o mala) de llegar a concebir ideas universales. Ha podido, por ejemplo, operar con el concepto matemático de infinito y ha pensado también en un tiempo interminable, la eternidad. Dicho de otro modo, ha trascendido la pura materialidad o inmanencia de los seres imaginando la inmortal divinidad, una dimensión escatológica en el más alto sentido del término. Parecería mentira, pero hoy estas cuestiones están de actualidad, y tal vez sean de las más importantes que suceden, conectadas al revuelo «mediopolítico» levantado por las efigies burlescas y acusadoras de Mahoma publicadas en un periódico danés y luego en muchos otros occidentales. Esa facultad representativa o imaginaria es la misma que ha reaccionado contra las pedestres viñetas desencadenando diversas manifestaciones y muertes en un espacio cada vez más amplio y cada vez más lejanamente orientado.

Ahora bien, ¿por qué no respetar, si no fueran dañinas para el mundo, esas dos formas de representación? Si incluso admiramos a quienes pintan y reproducen cuerpos, rostros, abstracciones... ¿cómo despreciar, zaherir y asociar fraudulentamente a quienes, desde tantas precariedades, han alcanzado esperanza en la fe, a quienes creen en ángeles, mensajeros, profetas y dioses? Se ha dicho que todas las religiones son responsables de muchos bárbaros derramamientos de sangre, y es cierto. Pero también sin religión cunde el crimen y la masacre. Las religiones no son por naturaleza asesinas, lo mismo que la Humanidad evolucionada hasta el presente no lo es. Otra cosa muy distinta es la intención de generalizar la culpa y ofender, y ése fue por cierto el objetivo de los falaces periodistas gráficos del tristemente famoso Jyllands-Posten de Copenhague.

La cosa sin embargo podría enfocarse desde otro punto de vista, puesto que tantos incidirán en éste. No es ya que las imágenes sean malintencionadas o tergiversadoras al sugerir la atribución del terrorismo a todo el Islam. Habría que reflexionar también acerca del hecho mismo de la representación caricaturesca en nuestros habituales cauces modernos. ¿No va a pasar nunca de moda ese hallazgo, ya no tan reciente, del retrato burlesco realizado por dibujantes expertos en el trazo esquemático, en el rasgo aproximativo y paródico que subraya un defecto, una desmesura facial, un ojo indicativo de alguna oculta miseria? Cómo a estas alturas no nos aburrirnos con tales diversiones, con tan geniales machaconerías.

Alguien dibuja hoy un caballo con alas y pico de águila y ya no es un hipogrifo, sino una vulgar tontería. Alguien transforma la faz apesadumbrada de un Cristo en una carcajada (como apareció hace pocos años nada menos que en Play Boy) y tampoco tiene gracia. Alguien presenta a Mahoma (por qué no al mismo Alá) con una bomba, y aún la tiene menos, por mucho que la «ocurrencia» le beneficie aparentemente al belicoso y petrolero Bush y a sus monaguillos (también son muy religiosos, ¿no?). Nada de eso tiene ya verdadera gracia, como no la tendría un hipotético Hitler caricaturescamente erotizado, ni una Marilyn Monroe convertida en generala o abadesa.

Hay un mal más tonto y letal en nuestro tiempo. El síndrome del culebrón. Alguien asiste al programa televisivo Gran Hermano, con sus abyectos concursantes y presentadores, y por fuerza se creerá superior. Alguien asiste a una de esas llamadas «series», y, por muy bajo que sea en todo, no tendrá más remedio que situarse a un nivel humano aceptable. Alguien identifica en un periódico una viñeta con una caricatura (de Mahoma, Alá, Cristo, Mick Jagger o de quien sea), y en su esclavista fuero interno siempre se verá maravillosamente salvado.