LA COLUMNA

Detrás de los contratos basura

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La escasa respuesta que los trabajadores franceses dieron ayer a las más de 100 manifestaciones convocadas por los sindicatos en contra de los contratos basura para jóvenes es la punta del iceberg de los problemas que ha planteado la globalización, la deslocalización industrial, la automatización de la producción, la sustitución de puestos de trabajo por máquinas expendedoras y la crisis de identidad del sindicalismo en los albores del siglo XXI.

Los cambios del sistema productivo han sido enormes en las últimas décadas; los avances de la robótica y la informática, imparables; la presión de la inmigración, avasalladora; la debilidad de los trabajadores y sus representantes ante los altos niveles de desempleo, evidente. La reducción de jornada se ha visto cercenada; los recortes en las prestaciones sociales han sido lacerantes; la presión de las jubilaciones anticipadas, irresistible. Las empresas demandan hoy más flexibilidad para contratar y despedir y pagan salarios bajos para intentar mejorar su competitividad: crecen los contratos temporales, ya no existe el empleo para toda la vida. Es necesario facilitar a los empleadores el ajuste de sus recursos humanos para adaptarlos a los cambios en su nivel de actividad. Para combatir la economía sumergida hay que ampliar las modalidades de contratación. Pero la obsesión por convertir a los sindicatos en partidos políticos ha hecho que sus dirigentes se hayan olvidado de su verdadera misión. El sindicalismo del futuro no está en la calle sino en los despachos ni en la movilización sino en la negociación. Pero los dirigentes actuales, cómodamente instalados en sus privilegios de horarios reducidos y seguro anti despido no han sabido responder a los desafíos: se han ocupado sólo de defender los derechos de los que tienen empleo. Están cavando su fosa. Incapaces de luchar contra los contratos basura hoy apenas tienen afiliados pero dentro de una generación puede que no tengan ni siquiera poder.