El regalo de ser reyes por un día
Los cumpleaños infantiles han dejado de ser una celebración familiar para convertirse en un auténtico acontecimiento social
Actualizado:SE acerca el día D. En casa de los Domínguez está todo preparado. Las invitaciones están repartidas; la reserva está hecha; la tarta, encargada y el regalo, a buen recaudo. El más pequeño de la familia, Carlos, está como loco. Lleva semanas pensando en la fecha. Y no porque se case su hermano mayor -aunque lo parezca-. La parafernalia tiene otro objetivo: celebrar que es un año mayor. Toda una fiesta. Pero no sólo para ellos. También en casa de los Molina se respira ilusión. Clara, la menor de la saga, es una de las invitadas al cumpleaños de Carlos. Y la cosa promete. Castillo hinchable, piscina de bolas, payasos, disfraces y alguna que otra sorpresa. Hoy en día es imprescindible. Porque las velas se soplan sólo una vez al año, pero las fiestas son ya un habitual en la agenda infantil. Y cada vez es más difícil ser original.
Es tan amplia la oferta que ni los Reyes Magos generan tanta expectación. Al menos, tan a menudo. Los padres tiran la casa por la ventana. Al fin y al cabo, los niños aquí son los auténticos reyes y ese es un aliciente, y grande. Tanto que a veces apenas hay diferencia entre el homenajeado y el resto. «En este tipo de reuniones, los niños tienen muchos estímulos: juegos que no tienen en casa, espacios más amplios, golosinas... Y eso les atrae mucho. Ellos son los verdaderos protagonistas, a todos les prestan atención», advierte la pedagoga Raquel Amaya, profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo y presidenta de la Red Europea de Investigación en Educación Familiar.
Es la moda. Si en otros tiempos el cumpleaños era ya por sí mismo motivo de ilusión, hoy mucho más. Aquellas tardes alrededor del casete, la piñata y las medias noches están en vías de extinción. Pocos padres se atreven ya a organizar el cumpleaños de sus hijos en casa. Ver a tanto niño junto impone. La media suele rondar la veintena, aunque se pueden reunir hasta 40 chavales. Lo más cómodo es, por tanto, pasar la tarde en un parque de ocio o en un restaurante, con regalo, merienda y tarta incluida.
«Es la única forma de celebrarlo para que se le dedique un tiempo exclusivo a los niños. En las fiestas en casa, al final terminaban siendo más de los padres que de los hijos. Ahora, la diversión para los niños está garantizada», considera Susana Luna, responsable de Chiqui Park. Y es que, más que jugar, lo que realmente buscan los niños es el espectáculo.
Disfraces
El maquillaje se lleva la palma. «Lo que más me gusta es disfrazarme, pero también los juegos. Aquí hay muchos que no tengo en mi casa y por eso me encanta venir», confiesa Laura Romero, de ocho años. Entre amigos, familiares y compañeros de colegio y baile, está bien surtida.
Ya se sabe, a nadie le amarga un dulce, y menos a los más pequeños de la casa. Sus compromisos sociales incluso obligan en ocasiones a los padres a cambiar de planes. A Carmen Robles ya le ha ocurrido. «Nuestra hija recibe al menos dos invitaciones de cumpleaños al mes, así que tenemos que organizarnos para poder llevarla porque algunos son entre semana», reconoce esta peluquera. Como ella, muchos padres han entablado amistad a base de fiestas. Una tarde da para mucho. Y en algunos lugares ofrecen hasta espectáculos para adultos. No obstante, el papel de los padres pasa a un segundo plano como meros observadores .
Susana Luna lo puede corroborar: «Los padres se vuelcan en los niños esos días, les hacen fotos, vídeos... todo para que sea el día más feliz para sus hijos. Lo más importante para ellos es ver cómo disfrutan sus hijos».
Ahora, y como si fuesen mayores, los niños prácticamente tienen su propia agenda donde apuntar sus citas. Principalmente, durante el curso escolar. Es cuando los niños tienen más fiestas. Incluso, como explica Alicia Jiménez, se da el caso de que se adelantan o se retrasan los cumpleaños para poder coincidir con los amigos.
La clave está en no repetir. Hay que agudizar el ingenio. El aburrimiento está prohibido. Y todo esfuerzo es poco. El problema está en saber medirlo. De hecho, para la mayoría de los niños, lo de menos es cumplir un año más. «Muchas veces esperan ese día por los regalos y la fiesta, y eso es quizás desmesurado», opina Raquel Amaya.
Ocio como rutina
Y es que la abundancia de elementos caracteriza hoy en día todo cumpleaños infantil que se precie. «Los niños están hiperestimulados. Creemos que cuanto más tengan, mejor lo pasan, y lo que estamos haciendo es convertir el ocio en algo rutinario; tienen tanto que ya no son capaces de valorar lo que reciben», sostiene la psicóloga María José Zoilo. A su juicio, el origen no sólo está en saber educar a los hijos sino también en aprender a controlar las aspiraciones propias.
Coincide con ella Amaya: «El cumpleaños es un momento ideal para que los niños se socialicen y establezcan relaciones más estrechas a nivel de grupo. Contribuye a fomentar el desarrollo afectivo, social y creativo del niño, pero añadir el prestigio social es ya motivo de reflexión». Una cosa lleva a otra. Los pequeños se hacen cada vez más exigentes y no entienden ser menos que sus amigos.
No quieren ser menos
«Los hijos quieren lo que ven y los padres no dudan en estar al nivel», recuerda Zoilo, que, de hecho, advierte de los riesgos psicológicos que puede suponer para el niño ser inferior a sus compañeros. Son poco conformistas y no tener lo mismo que los demás puede crearle conflictos. Incluso puede generar un trauma. Antes de que ocurra, dan rienda suelta a la imaginación.
«No son conscientes de los límites. Recuerdo el caso de la hija de una amiga, que incluso quería llevar a María Isabel a su cumpleaños», asegura Zoilo.
En el caso de los padres, como asegura la encargada del Chiqui Park, «simplemente quieren que se les ponga todo lo que podemos ofrecerles. Que no escatimemos en nada. Raras veces piden algo que hayan visto en otros cumples», relata Susana Luna.
Las fronteras, por tanto, se diluyen. Como advierte la pedagoga Raquel Amaya, los pequeños se hacen cada vez más exigentes. Ese día se sienten mayores y llevan la voz cantante. Ellos son los anfitriones y los que controlan la lista de invitados. Ahí está el origen. Hay niños que llegan a invitar a toda la clase. Así que la selección se hace obligatoria. Y, si es difícil para un adulto, más aún para un niño. Verse excluido del grupo puede hacerle sentir marginado y crearle un trauma aún mayor que el de no tener lo que espera.
La solución está en cambiar los hábitos. Reducir el número de fiestas es un buen comienzo. Tampoco está de más hacer ver a los hijos que una merienda en casa no está tan mal. Y, sobre todo, es suficiente. Según los especialistas, los pequeños tienen sus propios recursos para ser capaces de encontrar por sí mismos atractivas ocupaciones con las que divertirse. «No hace falta realizar un gran gasto para que nuestros hijos se diviertan y demostrarles que los queremos. Lo importante es enseñarles saborear y valorar lo que tienen», sugiere María José Zoilo.