BALONMANO CAMPEONATO DE EUROPA

España cae hundida ante un gran campeón, Francia

La plata, obtenida un año después del oro en el Mundial, es la séptima medalla de la selección en diez años La segunda parte fue una exhibición del poderío galo

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La agotada selección de Juan Carlos Pastor cayó ante Francia, asombrosamente fuerte tras ocho partidos en once días, en una decepcionante final del Europeo. Sin embargo, la plata afianza a España como una gran potencia: es su séptima medalla en un decenio (cuatro en Europeos, una en Mundiales y dos en JJOO), un año después de lograr el oro en el Mundial.

Los franceses bailaban el rock como poseídos en el centro de la pista mientras los españoles, rotos por el cansancio, rumiaban su derrota e intentaban convencerse de que, en realidad, acababan de culminar un gran éxito, que probablemente todos hubieran firmado antes de viajar a Suiza. Esa era la imagen pocos minutos después de que terminase una final que, en teoría, iba a ser un duelo apasionante entre dos escuelas distintas del balonmano moderno. En la práctica, fue el aplastamiento de un equipo sin energía por otro hercúleo.

Ciertamente, la gloria es el mejor reconstituyente, y puede pensarse que sólo eso permitía bailar así a los franceses, que también debían estar muy cansados. Pero tiene que haber algo más, una preparación física extraordinaria o un régimen de alimentos y vitaminas muy bien planificado, para explicar que los galos corriesen mucho más y fueran más precisos en los lanzamientos que los españoles. A no ser que la explicación esté en el otro lado: aunque sea uno de los seleccionadores que más mueve el banquillo, Pastor no ha repartido los minutos de forma tan igualitaria como en el Mundial de Túnez; Garralda, Fis y Lozano no han llegado a la hora y cuarto de juego en todo el Europeo. Y dado que el rendimiento de Beláustegui ha sido escaso, incluso en defensa, la final quizá debió ser el día del vigoroso Garralda, que ni siquiera fue alineado.

Lesión de Barrufet

El caso es que España empezó con motivos para usar la alegría como combustible: 4-1 en el minuto 6, que recordaba al 6-1 en el 10 que España logró una semana antes, en el partido entre ambos de la primera fase, que España ganó sin muchos problemas. Pero inmediatamente se vieron dos hechos preocupantes, protagonizados por los dos héroes de la semifinal del sábado contra Dinamarca: el portero Barrufet, de quien se esperaba que compitiera con el francés Omeyer para ser elegido el mejor del Europeo, cayó lesionado para el resto del duelo en el minuto 15; e Iker Romero, elegido entre los siete del equipo ideal, era una sombra de sí mismo; como él mismo había advertido la víspera, estaba fundido; sus cañonazos de otrora se habían convertido en tiros casi inofensivos.

Sin embargo, España aguantó durante toda la primera parte, gracias a su variedad de recursos en ataque: oscurecido por el cansancio el triángulo de oro (Iker- A. Entrerríos-Uríos), los extremos Juanín y Rocas asumieron la responsabilidad de que el marcador siguiera equilibrado. Pero los últimos cinco minutos de la primera mitad ya dieron la pista que luego sería definitiva: la confianza en sí mismos y la seguridad habitual de los campeones del mundo se resquebrajaban por la fatiga: 13-17, y bajando.

Si se exceptúa el arreón de España en la reanudación (18-20 a los 7 minutos), la segunda parte fue una exhibición del poderío galo. Al final, los hombres de Pastor estaban muy deprimidos. Pero tenían motivos para estar muy contentos: sólo las grandes potencias del balonmano han logrado siete medallas en diez años.