Editorial

Irán, al Consejo de Seguridad

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Finalmente y tras constatar que el régimen iraní ha tomado la irreversible decisión de seguir adelante con un programa nuclear que no garantiza su vocación meramente civil, la Agencia Internacional de la Energía Atómica resolvió el sábado remitir el expediente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La decisión fue adoptada con gran holgura (27 votos favorables, cinco abstenciones y tres negativas del total de 35 gobernadores de la Junta). Aunque el texto excluye toda referencia a eventuales sanciones y acepta esperar al informe del director general del 6 de marzo para decidir el rumbo definitivo, Teherán ha hecho saber de inmediato que reanudaba los trabajos de enriquecimiento del uranio, aparcando la inteligente propuesta de Moscú: enriquecer el uranio en una planta rusa para obtener el combustible nuclear preciso para las centrales iraníes. Ahora, lo más probable es que el Gobierno iraní aplique, entre otras cosas porque no podría ignorarla, la resolución de su parlamento que exigía reanudar el programa y dejar de aplicar el llamado protocolo adicional, que permite a la Agencia inspecciones sin previo aviso. En el registro emocional que vive el país, algunas voces proponen incluso abandonar el Tratado de No Proliferación, lo que ahondaría aún más la crisis. Tal era el peligro de remitir al Consejo de Seguridad el programa iraní: el de norcoreanizar el proceso y animar el sonido de los tambores de guerra. Con todo, no es imposible, y el caso norcoreano también lo prueba, que prosiga el esfuerzo diplomático, tal vez como en su caso, mediante un foro multilateral y un programa de compensaciones y garantías a cambio de la vuelta de Irán a la moratoria y la mesa de negociación. No todo debe darse por perdido, pero es la hora de reconocer que se ha llegado a un punto realmente inquietante que el régimen iraní pudo, si hubiese querido, haber evitado.